jueves, septiembre 22, 2005

Agonías

Muchas veces la vida se nos presenta como una lenta agonía en donde las cosas decantan suavemente igual que esas lloviznas invisibles que apenas se sienten pero que, irremediablemente, mojan.

Con el mismo ritmo pausado y reflexivo que tienen los viejos al caminar, van contagiando su sabor amargo en el paladar y de nada sirve que uno frote la lengua o trate de generar nueva saliva porque ese gusto pastoso de los amaneceres se queda por un buen rato sin fecha de vencimiento.

La agonía supone que el final es previsible y uno se acostumbra, acepta, entiende y hasta a veces desea que ocurra, pero con eso y a pesar de eso, el desenlace se guarda un último lamento en el bolsillo para sacarlo a relucir.

En eso estoy, en agonías, en finales conocidos y esperados pero traumáticos al fin, navegando entre sufrimientos propios y de otros que se sienten como propios y con una mezcla de distintas incertidumbres de panza dura que no saben qué sucederá el día después de mañana.

Es extraño, porque estoy hablando de dos temas diferentes, tan absolutamente diferentes, tan sentimentalmente diferentes, pero que han decidido unirse en tiempo y espacio para tenerme batiendo en una coctelera, tristezas, miedos y ansiedades, provocando las ausencias que se han notado. Todo pasará, espero.


Nota: Siempre que escribo intento dibujar, con palabras, sensaciones internas sin mayor explicación de lo que las produce, pero en este caso me parece que vale aclarar que los hechos que generan estos sentimientos son que: mi abuela, a sus noventa años parece estar abrazando un final que venía demorado, y que después de un par de años de tortura psicológica extremadamente cruel, estoy por ser despedido (o más probablemente me daré por despedido) de mi trabajo, con la incertidumbre de futuro que ello representa. Gracias por estar y disculpen si yo no lo estoy tanto por unos días.

jueves, septiembre 15, 2005

Crónicas de viaje IV

Antes: I, II, III

¿Y ENTEL?


Algo habremos hecho mal ese día, porque el viaje a Orlando no tuvo ningún sobresalto y, no solo eso, aunque suene increíble, bajamos en la salida correcta, pero claro, todavía teníamos que ubicar a mi prima...

La verdad es que no me acuerdo si no encontramos la dirección o directamente habíamos quedado en que la llamaba por teléfono ni bien estuviera en el punto de reunión, pero lo cierto es que allí estábamos, el teléfono público y yo, tratando de intimar. Y no intimamos nada, el muy turro me histeriqueaba como si fuera una mina, llamaba y ni bien me atendían se cortaba. Fue un largo rato, yo tenía muchas ganas de volver a ver aquella prima que había conocido unos cinco años atrás y la desesperación me llegaba al cuello enroscándose como una bufanda mientras mis ganas de partir al maldito teléfono en mil pedazos eran cada vez más “calientes”... pero hacerlo hubiera significado agregarle a todo lo que traía un viaje a otro teléfono quién sabe dónde. Cuando pensé que todo estaba perdido... decidí mirar el simpático cartelito del teléfono que decía que las monedas que yo estaba poniendo no eran suficientes... (adonde habrá quedado la bendita época del cospel...).

No creo que mi prima haya terminado de entender por qué yo tenía una bronca que volaba cuando vino a buscarnos pero con los abrazos todo se esfumó, estaba preparadito para otro desencuentro.

Ella estaba por casarse (cosa que finalmente no se produjo aunque no creo que el muchacho -Kurt- se haya espantado cuando nos conoció a nosotros...). El encuentro se dió esa noche, fuimos a su casa temprano, alrededor de las siete de la tarde y nos pusimos a charlar en idiomas que ninguno de los dos entendía; no me importaba mucho, porque yo estaba muy entretenido tirando a un pequeñito cesto de básquet con una pelotita de igual tamaño. Seguro que le daba bronca que, jugando de visitante, yo la embocara y él no, porque al ratito se acercó mi prima a preguntarme si ya nos íbamos a cenar... y, no... para mí, en todo caso, era la hora de las facturas y el mate. Pero parece que mis deseos no eran órdenes porque unos minutos más tarde volvió mi prima, después de una reunión privada con su prometido en la cocina, para decirme, muy gentilmente, que, o íbamos a cenar inmediatamente o se separaba. Por supuesto que accedí (aunque tiré unas cuantas veces más al aro).

Lindo lugar el restaurante mexicano en el que nos sirvieron unas atractivas patitas de pollo (como las de San Sebastián!!) y una salsita de tomate. Yo agarré la primera con la mano sin ningún pudor y comencé a embadurnarla de salsa... Menos mal que habían traído la bebida.

lunes, septiembre 12, 2005

Cadenas

Una cadena es un conjunto de eslabones enlazados que dan forma a algo muy superior a lo que cada uno individualmente es. Para comprender su concepción como cadena estamos obligados a alejarnos unos pasos o respirar profundo o bien cerrar los ojos por unos minutos con la esperanza de que cuando los abramos veremos un universo mucho mayor al del árbol.

A pesar de que esto parece absolutamente cierto, insistimos en mirar hacia un alrededor pequeño como si estuviéramos cortos de vista, nos tapamos la cara con el primer contratiempo y sacamos conclusiones a partir de un único argumento que resulta del hecho sucedido apenas unos segundos atrás. Somos malos jugadores de ajedrez que esperan la movida de su contrincante para empezar a pensar qué hacer y a veces ni siquiera eso, nos entregamos con la mirada clavada en el piso a que la intuición o la suerte nos salven.

Pero ellas están allí e insisten en querer ser entendidas como tales, necesitan que honremos su complejidad y dejemos de lado el desprecio de la soberbia o la ignorancia (tan de la mano ellas). A veces nos atan enroscándose en nuestro cuerpo como si fueran víboras y ahogándonos en cada abrazo; otras veces se hacen escuchar arrastrándose por el suelo y nos asustan como si disfrutasen ver a los rostros perder el color. Pero en muchas ocasiones, se balancean como lianas regalándonos el escape que siempre estuvimos esperando o dibujándonos una realidad tan diferente a lo que solemos ver que no dudaríamos un instante en trepar por ellas.

Aunque, también es cierto, por momentos no existen y son apenas un conjunto de fantasías ligadas por el tiempo.

En un próximo relato, que se llamará “caldero de brujas”, voy a hablar de una de ellas, sin saber de qué clase de cadena se trata.
Nota: Éste post no guarda relación con el anterior (¿o será una cadena que no sé ver?)

jueves, septiembre 08, 2005

Cuervos, buitres

Aún antes de que los malos vientos los trajeran a nuestro cielo, ellos volaban en círculos practicando su danza de la muerte, o quizás ya estaban allí, tal vez habían empezado a comer nuestra carne mucho antes de que nos considerasen muertos. Menudo disgusto les habrá causado, a quienes saben alimentarse de carroña y se hacen amigos de los gusanos, tener que probar un cuerpo todavía vivo, o no, quién sabe, si en definitiva se acostumbraron a la carne podrida por la cobardía, latente y omnipresente (aun hoy en que se creen dueños del cielo); por el miedo vergonzoso de acercarse al que todavía se sostiene con pasión.

No les importa el desprecio porque son desprecio y abominación y repudio, y son la muestra más evidente de que siempre existe un sótano en el que caer y más abajo todavía. Yo y él y el de más allá también somos víctimas; pero algunos, en nuestra conciencia de la derrota, todavía mantenemos la mirada en alto porque ni con sus picotazos al hígado nos han podido doblar. No es consuelo ni se busca, es el orgullo de saber que sus victorias se cocinan escondidas en hornos mugrientos mientras nuestras derrotas son a la luz de un sol que nunca necesitamos ocultar.

A mí, me queda lavarme mil veces y mil más si hiciera falta hasta que pueda quitarme por completo éste odio que me hicieron conocer y se irá, estoy seguro, porque tengo otros paisajes para mirar en donde la belleza nunca jamás tendrá plumas negras ni olores vomitivos; a ellos no les queda nada, ni siquiera saben de qué se trata "ser" (con mayúsculas).


Nota del Autor: No es la tónica del blog (ni se desea) publicar relatos de éste tipo, tan sólo se trata de una explosión de rabia que, espero, no vuelva a ocurrir. Sepan disculpar.

martes, septiembre 06, 2005

Crónicas de viaje III

Parte I - Parte II

*Oia, mirá quién vino*


Había un pequeño detallito, mis tíos, a los cuales no había visto desde mi infancia más lejana y olvidada, no sabían que llegábamos, es decir, sabían que íbamos a ir, pero no "cuándo". Hicimos sonar el timbre y nada, lo volvimos a sonar y no había respuesta, imagínense ustedes que estábamos en un país desconocido, así que no es "vuelvo más tarde", había que insistir. Habrá sido al tercer timbrazo que se escuchó un grito malhumorado que preguntaba algo en inglés y yo me sentí tan incómodo que a gatas me salió la voz para decir quién era, unos minutos después se abrió la puerta y una mujer con cara de mala y los pelos acomodados a las apuradas nos hizo pasar, era mi tía (después descubriría las bondades de esa entrañable mujer y aprendería a diferenciar la cara de mala con la cara de sueño).

Yo no sé si la familia (la grande, la que excede al núcleo primario) vista a lo lejos toma un color más atractivo que la que se tiene cerca, pero nunca me sentí tan cómodo, tan bien tratado y atendido como en esos dos días con mis parientes lejanos y cuando digo lejanos hablo tanto de lo que refiere al grado de parentesco como a la distancia geográfica. Allí, pude ver un atardecer sobre el golfo de México en el que se conjugaban, en un crisol multicolor, el reflejo rojizo de la resolana en el agua con los bellísimos ojos color miel de mi prima; tuve un día de velero con heladerita repleta de latitas de gaseosa y me dejaron ser capitán por un rato y también estaban los rayos...

Para un porteño de pura cepa como yo, un relámpago no es más que una ráfaga de luz que presagia al estallido del trueno, lo que sucede unos segundos más tarde, dependiendo qué tan lejos esté la tormenta, y después ya está, o se repite la historia o se larga a llover. Pero aquí las cosas eran diferentes; una tormenta eléctrica es el motivo por el cual una persona queda frita o cuanto menos con los poderes del Tío Lucas de los Locos Addams. Ok, así me lo explicaron, hasta me contaron las estadísticas y demás yerbas y supongo que lo habré entendido, pero cuando vino la tormenta y vi que mi tía tiraba las llaves del auto a cinco metros de donde ella estaba me maté de risa, es más, en éste mismo instante me imagino cual nueva versión de La Pistola Desnuda a cientos de yankies tirando las llaves en un estacionamiento porque a un japonés se le fue la mano con el flash y las carcajadas no me dejan seguir escribiendo.

Habrá que dejar para la próxima el viaje a Orlando, donde como no podía ser de otra manera, vuelvo a hacer papelones.

sábado, septiembre 03, 2005

Winnie The Pooh

Cuando era pibe me gustaban los chicles Bazooka, después, de más grande, me gustó Cachorra Bazooka, la inseparable amiga de Isidoro Cañones, pero ese es otro tema. Además de que con ellos se podían hacer globos bien grandes o fallar y embadurnarse la cara de tal forma que las cejas corrían riesgo de depilación, estas gomas de mascar tenían la particularidad de traer una historia en tres cuadritos acerca de las andanzas de Joe.

Cuando Corsi desembarcó en el mundo blog, me dio la impresión de que era una especie de Joe, el pibe cancherito, que seguro usaba botines fulbencito; aún hoy cuando aparece por una página nueva se pone ese traje e intenta mostrarse como si caminara de lado con las patas chuecas y apoyando la mano en la cintura. Le sirve de poco, el velo se deshace ante cualquier palabra que le resulte gentil o le proponga un viaje al mundo de los chicos en donde cree ver a sus hijos pero se encuentra a sí mismo.

Cuando esa cortina cae, aparece un muñeco de peluche, un juguete que, como los de Christopher Robin, cobró vida y en lugar de ir a jugar al Bosque de los Cien Acres con los demás, se puso adelante de la computadora y empezó a sonreír o llorar.

No siempre la vida le hace guiños, por momentos le cierra los ojos o lo deja, con cara de signos de pregunta, rascándose la cabeza, pero él la encara igual, como sea, a veces cargándola como una mochila y otras pateándola adelante como una pelota de fútbol.

Hoy va a jugar con sus Barbies y su Max Steel, (Guada, Mili y Juampi) porque es su cumpleaños, pero no hará más que hacer lo de siempre, ser un chico grande.

¡Feliz Cumple Corsi!

jueves, septiembre 01, 2005

Infiernos y Cielos

Como todas las mañanas el semáforo de Rivadavia me obliga a parar, no hay vez que lo pueda pasar directamente, parece que me estuviera esperando sonriente para poner su color rojo como si me hiciera un guiño de que es imbatible. Casi siempre se acercan ellos, con sus gorritas y trajes azules y, en esta época del año, con campera de cuello de piel. Dicen que son bomberos y piden colaboración pero yo creo que no es así, es un rebusque más de esos que las grandes ciudades ofrecen.

De esta especie de estafa urbana me puse a charlar con mi mujer ni bien el semáforo me dio el permiso de cruzarlo con su saludo silencioso y burlón; un tema deriva en otro y ella comenzó a relatarme la historia que aquel taxista y a la vez bombero voluntario le contó un año atrás.

Sonó la alarma del cuartel y empecé a apurar el paso, a esta altura ya no me sobresalta el anuncio de un nuevo incendio, pero todavía siento ese cosquilleo de incertidumbre, uno no sabe si se va a enfrentar con un desastre o tan solo es un poco de humo que asustó a alguien; en este caso, había un incendio en La Boca, cuando llegamos estaba lleno de autobombas en un lugar que era tétrico, no hubo nada que hacer, todos los inmigrantes kosovares habían muerto en el viejo edificio, sin embargo, cuando alguien escuchó un pequeño llanto tan parecido a la esperanza o al arco iris en medio de la tormenta, no dudé un instante en meterme a buscarla y la encontré, la nena lloraba con unos ojos grandotes de susto y cuando me acerqué a ella se aferró a mi cuello tan fuerte que apenas podía respirar, pero no iba a decirle que afloje su abrazo, era un manojo de angustia que apenas balbuceaba palabras que yo no podía entender.

No me acuerdo cómo logré salir del derruido edificio ni cuándo fue que me desvanecí, pero estoy seguro de que ella ya estaba a salvo. Cuando recuperé la conciencia, alguien me hizo notar que la chiquita se había quedado sin familia muy lejos de su hogar natal y comenzaría su derrotero en asilos de niños, no me hizo falta pensar, la decisión de adoptarla fue un sentir. Los trámites fueron difíciles, siempre lo son en mi país, pero cada vez que recordaba sus ojos temerosos más fuerza conseguía para lograr el objetivo.

Finalmente se transformó en parte de una familia que se había olvidado de los chicos, porque nuestros hijos ya eran grandes. A veces me parece que me hace feliz como nunca lo he sido, otras veces pienso que tan solo me había olvidado, pero cuando todas las noches llego a mi casa y ella se abraza a mi cuello como aquella primera vez entre las llamas un pequeño nudo se hace en mi garganta, y en mi panza y a veces hasta se me cuela una lágrima traviesa.

Nunca pude corroborar lo cierto de la historia, pero qué importa.

Dedicado a Mafi, porque siempre hay una noticia distinta cuando se da vuelta la hoja del periódico.