viernes, marzo 24, 2006

24 de Marzo

Cuando, en 1983, volvió la democracia con sus dudas y pompas, pero con el deseo de hacerla eterna, yo era un adolescente que se sumaba a aquel grito de “Nunca Más” mientras que día a día mi estómago se revolvía ante cada velo que se descubría acerca de lo que había pasado en esos siete años de muerte y tortura. Hacían falta muchas voces como para que ese grito se oiga tan fuerte que ensordeciera a esos asesinos cuya alma estaba ya de por sí, sorda de humanidad.

Sin embargo, al enterarme de éste nuevo feriado y su más que justo recuerdo, tuve sensaciones extrañas y encontradas. Me pareció que si la historia se empezaba a contar desde ese día tan vil, cuyo recuerdo provoca que la sangre se detenga por un instante, pocos iban a entender qué fue realmente lo que había ocurrido. La historia es un conjunto de sucesos encadenados que, muy difícilmente puedan ser abarcados en el recuerdo de un día.

Sentí que de esa forma se le ofrecía un inmerecido manto de piedad u olvido a tantas desgracias (y tantos desgraciados) anteriores que posibilitó que el morbo y el desprecio por la vida alcanzara su grado más alto en esos despreciables años que corrieron entre 1976 y 1983.

Me pareció que el cuento se iba a contar desde la mitad, desde su peor mitad es cierto, pero que hacía que la historia se viera con un emparchado ojo de pirata. Recordé, que con apenas seis años mi vida estuvo amenazada, al punto de abandonar ésta ciudad por unos meses, tan sólo por ser hijo de un funcionario de una empresa multinacional y recordé más cosas...

Antes de ese 24 de Marzo había gente que desaparecía por el accionar de la nefasta Alianza Anticomunista Argentina (triple A) bajo el comando de López Rega; atentados acababan con la vida de chicos por esas cosas del “daño colateral” y los jefes montoneros se repartían la plata de los secuestros. Hubo un día en que Ezeiza se convirtió en un campo de batalla en donde las balas rozaban las cabezas de la muchedumbre que había ido a festejar el regreso de su líder mientras que varios años atrás una Plaza de Mayo llena de gente era bombardeada por el vomitivo Almirante Isaac Rojas. Todavía antes se escuchó la frase bestial de “por cada uno de los nuestros caerán cinco de ellos”.

Todo eso recordaba, entre tantas cosas más que sucedieron en una mitad de siglo despreciable de mi patria, y temía el olvido de un pasado completo de ausencias; pero me encontré con el relato de Artemisa y entonces me quedé frío, acomodando el hueco que se me había formado en el estómago al leerlo y entendí que es muy diferente vivir la historia que sufrirla.

Yo le digo, nuevamente, “Nunca Más”, al odio y a la muerte, al tiempo que ofrezco mi desprecio más absoluto a todos los que se crean capaces de proponerla; y entiendo que está bien elegir la fecha en que lo peor comenzó aunque insista en no olvidar que todo lo anterior era suficientemente malo (lo cual jamás debe ser usado como justificación de lo injustificable).

sábado, marzo 18, 2006

A mi hija (un año después)

Si subiera a un avión mágico que me hiciese viajar a través de tiempo hasta poder ofrecerle un pañuelo al mocoso de nariz sucia que tu papá fue hace mucho, me encontraría con vos en un montón de cosas; tus polleras cuadriculadas del cole se habrían transformado en pantaloncitos cortos de color gris y el pelo se vería más corto (en eso tu abuelo era intransigente) y un poco más oscuro, pero el resto, gestos, rasgos físicos, corridas y trepadas, eran muy parecidos a los tuyos. Sos como un espejo en el que desaparecen las arrugas y la panza como por arte de magia.

También creía en la magia, me gustaban las historias y los cuentos igual que a vos; hadas y duendes, princesas y caballeros, ogros y brujas paseaban en relatos como si fuese el trencito de la plaza y, si bien Barbie todavía no había descubierto su vocación por la actuación, las mismas historias eran interpretadas por otros personajes. La madrastra de Cenicienta, la reina de Blancanieves y las brujas de Hansel y Grettel o la Bella Durmiente, eran igual de malas que como son ahora (esas nunca cambian ¿viste?) y siempre había príncipes valientes que al final corregían toda la historia para que saliera bien. El genio de Aladdin (en mi época se llamaba Aladino nomás) salía de su botella para conceder tres deseos y a cambio de Floricienta, que todavía no había nacido, tenía a Jacinta Pichimahuida para preocuparme por las desventuras de los chicos de la tele.
Mientras te lo cuento me da la impresión de que nada hubiera cambiado, y hasta me sonrío como si lo estuviera volviendo a vivir. Todo se arreglaba siempre, y eso estaba bueno.

Como no puede evitarse, con el tiempo fui creciendo y, vaya a saber por qué, empecé a ver que los finales no siempre son de comer perdices, había brujos y ogros por todos lados y la mayoría de las veces salían ganando; los policías eran, a veces, los malos y se llevaban a los buenos y la mentira resultaba tener más defensores que la verdad mientras que a nadie le crecía la nariz.

No creas que me dejé convencer, en el fondo siempre guardo un poco de aquellas ilusiones de chico, pero comencé a pensar que alguna vez, en tiempos que nadie sabe, los personajes de los cuentos habían perdido la guerra y desaparecieron con su magia. De a poco dejé de creer en las hadas, en sus varitas mágicas y en su polvo de estrellas. Y como le pasó a Campanita, perdí la fuerza para volar, o para soñar que es lo mismo.

De a ratos insistía y buscaba caballos alados por algún lugar, pero al final solo encontraba abono para las macetas; la ilusión la entendía como un juego y lo jugaba sabiendo que terminaba siempre al final.

Cuando hace siete años me clavaste por primera vez tus ojos negros de mirada profunda fue como si me sacudieras el alma, te transformaste en una realidad diferente, en un par de anteojos desde donde se ve lo que se había olvidado y entonces, calabazas, ratones y neblina se convirtieron en el sueño más maravilloso que jamás había tenido. Descubrí que la magia se esconde entre pañales y mamaderas, que lo diminuto se hace inmenso con una sonrisa, que el amor realmente no tiene límite alguno y que sobran “por qués” en un mundo que no tiene demasiado tiempo de preguntárselos.

Hoy, que coleccionás en tu boca más agujeros que dientes (mientras el Ratón Perez está por ir a la quiebra), disfruto cada día como el de una novela en la que todo resulta posible, en donde las palabras vuelven a ser mágicas y es bueno blandir espadas ante el fuego de tristeza de los dragones.

Hace siete años descubrí que aunque el mundo haya sido invadido por brujas victoriosas, las hadas todavía siguen naciendo y con ellas la esperanza de otro color.

Como no he encontrado la boletería para comprar los pasajes de ese avión que me lleve a la niñez, uso un disfraz de Papá, para jugar con vos, pero ya sabés, que no es más que otro personaje de nuestro cuento.

Que tengas un Feliz Cumpleaños, hermosísima hija mía.



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domingo, marzo 12, 2006

Los sueños y los chicos

Los chicos sueñan y la pucha si sueñan lindo, tanto que a uno le provocan envidia y placer al mismo tiempo mientras los escucha hablar de lo que van a ser, cuando sean grandes.

Los chicos sueñan con las estrellas, las dibujan, las atan y las sueltan a su antojo, la encienden con un chasquido de dedos y las apagan cuando cierran los ojos. Entonces, a la mañana siguiente, se despiertan diciendo que van a ser astronautas para poder acariciarlas o astrónomos para espiar lo que ellas hacen a escondidas.

Los chicos sueñan con el mar y los ríos; persiguen antiguos tesoros escondidos en islas desconocidas y achinan sus ojitos ante las inclemencias de un tiempo que no hace más que lloverles sin descanso a la par que el viento los golpea en la cara como un cachetazo de nene malo. Sostienen firmes el timón hecho con cucharas de madera e insisten en ponerse la gorra de capitán hasta que deje de quedarles grande.

Los chicos sueñan con el ruido de un motor que se acelera y se desacelera como si fuese un subibaja, giran a velocidades increíbles por un curva infranqueable montados en su auto chatito o en su moto todopoderosa. Agitan botellas de Coca Cola, las vuelcan en una copa reluciente en la cima de un podio alto como las nubes y se calzan ramas dobladas en su pecho orgulloso.

Otras veces los chicos sueñan con ser arquitectos, entonces construyen, con sus ladrillitos de plástico, edificios tan altos que al mirarlos provoca que el cuello se ponga duro, imaginan casas con puertas gigantes para que todos los amigos puedan entrar y una infinidad de ventanas como para que se escapen cuando los retan los papás.

Mientras los chicos sueñan con ser futbolistas, las chicas sueñan con ser modelos o maestras y ambos quieren ser doctores para sanar al abuelo que siempre se queja de los dolores en la espalda o a un nene que se enfermó porque comió mucho chocolate; pero también quieren ser veterinarios para curar a los perritos que atropellaron ellos mismos en aquel sueño del auto.

Hay chicos que quieren ser presidentes y escuchan la ovación de una multitud de otros chicos cuando por fin tapan el pozo de la esquina en donde todas las bicicletas se rompen; otros, en cambio, quieren ser soldados para alcanzar la gloria después de haber vencido al enemigo con una hondera gigante o con el globo bien acomodado detrás del rulero.

Los chicos sueñan en colores, sueños de escalera, donde siempre se llega un poco más alto, donde descubren como si estuviesen jugando a la escondida y atrapan como si lo estuvieran haciendo a la mancha. En sus sueños siempre hay sonrisas, peligros que indefectiblemente se van a superar y muchos otros chicos soñando al lado de ellos, para ayudarlos.

Los chicos sueñan todo eso y muchas cosas más. Pero nunca, de esos nunca que no caben siquiera en la imaginación del niño más perspicaz, sueñan con ser “empleados administrativos”, porque los sueños de los chicos jamás son grises, ni tristes.

jueves, marzo 02, 2006

La caza

Los pecados están permitidos por un rato y esto es una extrañeza para ella que no hace más que provocarle felicidad. La demuestra en su ansiedad de comerse toda la noche de un bocado, en esos ojos agigantados que son capaces de fotografiar con la mayor definición y en su sonrisa de collar de perlas a la que me es imposible dejar de atender.

Intenta no hacerse evidente y rastrea en esa noche de luces de colores a la próxima víctima de su juego. Verla en ese instante es encontrar la fiereza, el sigilo y la astucia de un felino cazador; espera el tiempo del ataque sin permitir que nadie la note y pareciera disfrutar ese momento previo tanto, como la acción por venir. Cuando su cabeza se detiene por algo más que un segundo es que el objetivo ha sido escogido.

Es entonces cuando su mirada brilla en forma diferente y el silencio de murmullos es una línea invisible que va desde ella hasta el lugar indicado sin que exista nada más. El ataque es veloz, certero, preciso, como si tuviera un mapa exacto de la geografía del lugar y sus habitantes.

Después del festín, se esconde entre mis piernas o huye lejos para no convertirse ella misma en una víctima. Agita el tarro de nieve artificial y retoma su danza de miradas furtivas para descubrir a una nueva presa.

De lejos se escucha el ritmo de los tambores, el pregón de la poesía urbana y los bailes acrobáticos de lentejuelas de colores, pero he dejado de prestarles atención. El corso y sus murgas no son más que un detalle decorativo para que mi alma se ría a carcajadas con Guada y su interminable encanto.