lunes, mayo 22, 2006

Sueños e Insomnios

Manejaba mi auto hacia el trabajo atravesando la ciudad por la avenida Juan B Justo como lo hago todos los días; la radio hace rato que dejó de funcionar así que no me queda más que cantar, cuando tengo ganas de escuchar algo de música o disimular el ruido de bocinas que se mezclan con mi escape roto; de todos modos nadie va a tener mejor predisposición a escucharme que yo mismo, ni nadie tampoco será más tolerante.

Esa mañana, sin razón aparente, se me pegó una melodía que estuve cantando o tarareando hasta un buen rato después de haber llegado al trabajo.

“I believe the children are our future
Teach them well and let them lead the way
Show them all the beauty they possess inside
Give them a sense of pride to make it easier
Let the children's laughter remind us how we used to be…”


...

El primer recuerdo que tengo de ella fue un mimo que le leí en un comentario de otra página, dijo algo así como que tenía el don de transformar los sentimientos en palabras y realmente es lo que quisiera hacer con éste relato. Ese gesto de cariño me llevó hasta su página, un poco por curiosidad y otro por agradecimiento, por esos tiempos ella tenía publicada una pequeña foto suya y no pude evitar detenerme en una sonrisa tan radiante que hipnotizaba. Había pasado la mitad del año 2004, mi primer año en éste universo de blogs y, a partir de allí, anduvimos mezclados entre comentarios y mails hasta fin de año. Recuerdo que en algún momento me contó su profundo deseo de ser mamá, pero también me dijo que tenía miedos e incertidumbres porque creía estar grande para eso.

El día de Navidad, aunque era una fiesta a la cual ella no veneraba, recibió un mail mío en el que le deseaba profundamente que ese sueño, ese deseo, se convirtiera en realidad. Y así fue, varios meses más tarde, esa mujer cuya sonrisa no puede dejar de admirarse, me escribió contando que su panza y ella misma, tenían más vida que nunca.

Cuando el año pasado sentí que el futuro se me venía encima como si fuera una tormenta, ella me volvió a escribir contando que su novio estaba encarando un proyecto en el que yo podía ser partícipe, fue una especie de presentación porque detrás de ese mail llegó otro del novio en el que decía que él, por sobre todas las cosas necesitaba un buen tipo para darle una mano. Por esas épocas recibí cantidades de gestos de cariño pero ese fue uno de los que más me conmovió. Una mujer a la que apenas había visto un par de veces confiaba en mí a tal punto de que pudo transmitir esa confianza a su pareja.

Nos juntamos varias veces con ese hombre que es capaz de caminar por el humo de los sahumerios que decoran su casa cuando se atreve a imaginar la concreción de sus proyectos y, si bien los tiempos y las urgencias no nos permitieron encararlo, me quedó un agradable sabor de esos que sólo se consiguen cuando se está con gente a la que vale la pena querer.

...

Yo no había dejado de cantar la canción todavía cuando recibí un mensaje de texto en el celular que decía que el niño finalmente había llegado, tan fuerte como el apodo del padre sugiere y tan bello como la sonrisa de su mamá.

Y no dejé de cantarla hasta un par de días más tarde cuando estaba volviendo a mi casa, nuevamente por Juan B Justo, después de haberlos visto a los tres en el sanatorio tan juntos y tan felices como puede imaginarse.

Ylek y Hightoro fueron mamá y papá. Y mientras ellos no pueden dormir, yo les robo un poco de su alegría para seguir cantando.

martes, mayo 16, 2006

Deshacer desechos

Tiempo atrás encontré un relato en el que se contaba una historia reversible; reversible igual que esas camperas grandes que uno puede dar vuelta para sentir que se ha puesto algo diferente y que nos permiten esa rareza de estrenar dos veces lo mismo, con el cuello estirado y la sonrisa que eso supone, además de la mirada siempre atenta para ver las reacciones de los demás ante nuestra novedad.

Tan potente me pareció el formato con que se contaba la historia, que me alejé del relato (mal hecho) y me puse a fantasear con una persona que quisiera deshacer la incomodidad de su vida, buscar segundas oportunidades en un pasado inexpugnable para poder cambiar un presente desagradable o al menos volver a empezar, aún a riesgo de cometer los mismos errores. Inmediatamente me puse a escribir algunos pensamientos sueltos de ese hombre y desde ese momento convivo con la idea de que ese personaje y esa historia, se verían muy cómodos en un cuento. El cuento forma parte de las tantas historias que se encuentran sentadas en las sillitas de mi imaginación esperando un turno que parece nunca llegar, pero éstas fueron aquellas frases.

No, no hay forma. He rememorado cada uno de los pasos dados en los últimos tiempos, con el sumo cuidado de poner pié con talón y talón con pié y aún así, no he podido retroceder un paso. A pesar de ello a veces siento que he estado retrocediendo toda la vida.

Mientras la brisa inexistente de un día calmo acariciaba mi rostro violentamente, he dejado caer recuerdos como si fueran las cuentas de un rosario; traté de ponerles un hilo y acomodarlos según el número en que iban saliendo, irremediablemente lo más nuevo sale primero, se ve que es el que quiere huir más rápido. Pero no hay nada que pare esta caída. Si me pongo de espaldas sólo lograré romper mi columna o mirar el cielo. El suicidio de una u otra forma llegará a destino cierto.

Estando sentado a la vera del río, manchado de barro hasta la nariz, me he quitado toda la ropa y me la puse al revés incluso mis tremendos zapatones de cuero con el dolor de pies que ello me ha causado, cuando me acerqué hasta un lugar, donde el agua no era marrón, para contemplar mi reflejo rejuvenecido, he encontrado tan sólo un hombre ridículo, por cierto, a él la ropa tampoco le quedaba bien.

Finalmente decidí hablar hacia atrás, ya no solo concatenando las palabras al revés, también las letras. Seis meses después hablaba de corrido, me pavoneaba entre la gente mostrando mis habilidades, pero todavía nadie había conseguido entenderme.

He buscado la fuente de la juventud desde que mis años mozos no la necesitaban, la he buscado hasta dentro de mis bolsillos agujereados y todo el tiempo me he ahogado en lo poco de agua que ha entrado en mi palma haciendo huequito.


La autora de "un final para empezar", el post al que hice referencia al principio, es Microcosmos, una mujer cuyos deliciosos escritos siempre guardan la sorpresa de ser diferentes en forma y contenido a lo que fueron los anteriores.

jueves, mayo 11, 2006

Olvidos y penas

Nunca fui demasiado bueno para las fechas; qué extraño es ese juego que hace la memoria, de mantener grabadas ciertas sensaciones o vivencias que a la luz de una vida parecen triviales, mientras que nos quita sigilosamente de un bolsillo, recuerdos tanto más importantes para nosotros desde cualquier óptica que se los mire.

Por mis olvidos han transcurrido enormes cantidades de cumpleaños perdidos y he dejado para un mañana que nunca llegó, tantas cosas que pude haber hecho en ese hoy que parece eterno pero que suele terminarse un segundo después de pensarlo.

Ayer, se cumplió un nuevo aniversario desde que mi abuela se cansó de agitar la varita y se fue a un país en el que la magia sea una cosa común y no le pertenezca a ella sola. Ciertamente, si es que hubo seres mágicos en ésta tierra, mi abuela Carmen fue uno de ellos, pero no como los de los cuentos que siempre suenan irreales, no, ella fue un hada de pelo gris y rodete, de palabras duras y mirada dulce, de pastas amasadas y estofado tan tierno como la manteca. Mi abuela fue un hada de esas que se podían tocar y daban ganas de hacerlo, que nunca necesitó volar y si le hacía falta bajaba con la puteada justa al que se estaba pasando de vueltas.

Y ese aniversario se me pasó, como tantos otros; por cierto que ya me he acostumbrado a mis olvidos pero me dio pena leer el comentario que dejó mi vieja ayer, seguramente buscando refugio o consuelo en su hijo mayor:

“hoy es 10 de mayo y como hace siete años estoy muy triste y sigo extrañando, estuve en Bragado pero, no se por qué, extravié la llave de la bóveda y las flores las tuve que poner una a una en la puerta; querrá eso decirme algo”

Un día, hace tantísimos años atrás, tuve ganas de escribirle un poema a mi abuela, una vez que lo hice y sin decírselo casi a nadie, lo pasé en limpio y se lo llevé a su pueblo; cuando se lo di, le pedí que no se lo mostrara a nadie y ella, ocultando como siempre su emoción, aceptó y lo guardó en alguno de sus lugares secretos. De vez en cuando, cuando yo iba de visita, lo sacaba y me lo mostraba, quizás como único escape a esa condena de silencios a que la había sometido. Por cada uno de esos momentos de complicidad yo supe que en ese papel le había regalado una gota de felicidad que no podría haberle ofrecido de otra forma.

El secreto, como se entenderá, fue cumplido tan fielmente, que cuando mi vieja encontró el papel revisando esa casa que había quedado vacía, no lo podía creer. Como mi Mamá no es una persona a la que los secretos le queden cómodo, a las pocas horas, lo habían leído mis hermanas, tías, amigas y hasta probablemente el chofer del siguiente taxi que se tomó. Y cada vez que lo mostraba se emocionaba más y más.

Por eso hubiera querido acordarme, porque sé que a ella le hubiese hecho bien. Ella, que todavía anda triste buscando a su madre en una bóveda fría, mientras que la vieja de rodete gris, jamás ha dejado de estar al lado nuestro con la magia de siempre (quizás eso, vieja querida, es lo que esa llave perdida quería decir).

Dos años atrás, con esa humedad de ojos que parece pesar, escribí éste primer post para ella, en donde se puede leer el poema del que hablo más arriba.

miércoles, mayo 03, 2006

Hacés bien...

A veces pienso que, con más de dos años de experiencia en éste mundo de personas escondidas detrás de un montón de letras, todavía me quedan muchas materias por aprender. En otras ocasiones siento que no he entendido nada desde el primer día y tampoco sé por qué me preocupo tanto si ni siquiera he terminado de comprender ese mundo de rostros visibles que transito a diario.

Es cierto que el suicidio, aunque sea virtual, no deja de provocar el lamento permanente de la ausencia; que la desaparición, como un nombre y un conjunto de historias, provoca tristeza de final y mucha angustia de panza vacía por un mañana diferente y para nada deseado.

Temblando de miedo nos hacemos gigantes delante de nuestros hijos para cubrirlos de cualquier cosa que los pueda dañar, y mientras el corazón se hace pequeñito y las tripas se enroscan como nunca antes somos capaces de recibir cualquier golpe en lugar de ellos. Una madre se desarma de dolor en un parto pero no ceja en su esfuerzo por provocar el nacimiento, el sufrimiento a veces vale la pena por más que huyamos de él permanentemente.

Aún cuando muchas veces he sentido que así es, no me parece justo hacerles llevar a mis hijas el peso de mi propia realización, pero estoy absolutamente seguro de que sin ellas no podría pensar en realizarme porque ni siquiera sería.

Por eso te entiendo Gaya. Un capitán puede cambiar el rumbo si así lo considera necesario, escaparle a una tormenta que se eleva amenazante y hasta descansar en un puerto hasta que los vientos soplen con benevolencia. Pero el capitán nunca puede poner en riesgo el barco, porque dentro de él se encuentra la tripulación que es su bien más preciado.

Mis ausencias, o presencias de chaparrones, no me permiten ni siquiera imaginar qué es lo que ha pasado, pero, con la pena que me provocó tu despedida, creo que hacés bien en resguardar tu mayor tesoro. Que quien quiera que sea se adjudique sus pequeños triunfos, tu mayor triunfo será que ellas estén bien y ya te amañarás para que el resto de la gente que bien te quiere pueda seguir disfrutando de las estelas de tu navegar. O volverás mañana, si es que el horizonte vuelve a resultar prometedor.

Te mando un abrazo de amigo.