miércoles, abril 01, 2009

Alfonsín

Cada vez que “La República Perdida” llega a su final me encuentra con los ojos húmedos; la imagen de una 9 de Julio tan llena como nunca lo hubo estado, ni antes ni después, me provoca tantas emociones que podría unirlas en un hilo hasta formar un rosario, es que yo estuve allí, yo fui uno de esa multitud que vivaba apasionado ante cada línea del preámbulo. Tenía 15 años, una edad en la que se comparten ingenuidades de la niñez remolona con valentías de la juventud por venir.

Finalmente, Alfonso, nos equivocamos cuando creímos que con la democracia se iba a comer, a curar, a estudiar… pero apostamos todo a ello, nos jugamos el cuero a que esa democracia fuera la solución y les explicamos, como nadie más en ningún otro lado, a los que nos la habían quitado que ya no iban a tener otra oportunidad. No quisimos ser primer mundo, no nos interesaba llegar a un sitio adonde nadie nos quería, nuestro lugar estaba al lado de los pares, de tantos países tercermundistas que, como nosotros, querían hacer su historia desde la libertad.

Después me alejé, no nos entendíamos demasiado, me fui buscando los disensos que necesitaba para sobrevivir a la repulsiva década de los 90 y ya desde lejos, no pude comprender por qué aceptaste pactar con aquel que representó una de las mayores antinomias a tus propios valores.

A pesar de las distancias nunca dejé de escucharte de tanto en tanto y, cuando el tiempo comenzó a regalarme la comprensión de la adultez, entendí muchas de aquellas cosas que el ímpetu juvenil me ensordecía, no todas, claro, pero estuvo bien así porque supe que tus aciertos y errores habían sido hechos con la mayor de las convicciones de que era lo correcto.

Tu muerte me llega en un momento especial, me encuentra semiabatido por una crisis que mis 40 años no saben soportar, me descubre al borde de un final al que probablemente le falte mucho pero que se siente tan cercano que se lo puede oler, me percibe contando frustraciones como si el tiempo se hubiese terminado y sintiendo que los destinos son imposibles de modificar.

Anoche, tu recuerdo repetido en tantas imágenes de televisión, me llevó otra vez hacia aquella "9 de Julio" y me hizo recorrer la historia hasta aquí, entonces, empecé a sentir que todavía queda, ME quedan, por andar un montón de utopías en las que, sin dudas, tu recuerdo será una buena guía.

Y en ese viaje al pasado, y en esas imágenes de tanta gente entristecida por tu ausencia, tengo hoy más ganas que nunca de decirte, Raúl, querido, que el pueblo final y definitivamente, está contigo.