jueves, septiembre 01, 2005

Infiernos y Cielos

Como todas las mañanas el semáforo de Rivadavia me obliga a parar, no hay vez que lo pueda pasar directamente, parece que me estuviera esperando sonriente para poner su color rojo como si me hiciera un guiño de que es imbatible. Casi siempre se acercan ellos, con sus gorritas y trajes azules y, en esta época del año, con campera de cuello de piel. Dicen que son bomberos y piden colaboración pero yo creo que no es así, es un rebusque más de esos que las grandes ciudades ofrecen.

De esta especie de estafa urbana me puse a charlar con mi mujer ni bien el semáforo me dio el permiso de cruzarlo con su saludo silencioso y burlón; un tema deriva en otro y ella comenzó a relatarme la historia que aquel taxista y a la vez bombero voluntario le contó un año atrás.

Sonó la alarma del cuartel y empecé a apurar el paso, a esta altura ya no me sobresalta el anuncio de un nuevo incendio, pero todavía siento ese cosquilleo de incertidumbre, uno no sabe si se va a enfrentar con un desastre o tan solo es un poco de humo que asustó a alguien; en este caso, había un incendio en La Boca, cuando llegamos estaba lleno de autobombas en un lugar que era tétrico, no hubo nada que hacer, todos los inmigrantes kosovares habían muerto en el viejo edificio, sin embargo, cuando alguien escuchó un pequeño llanto tan parecido a la esperanza o al arco iris en medio de la tormenta, no dudé un instante en meterme a buscarla y la encontré, la nena lloraba con unos ojos grandotes de susto y cuando me acerqué a ella se aferró a mi cuello tan fuerte que apenas podía respirar, pero no iba a decirle que afloje su abrazo, era un manojo de angustia que apenas balbuceaba palabras que yo no podía entender.

No me acuerdo cómo logré salir del derruido edificio ni cuándo fue que me desvanecí, pero estoy seguro de que ella ya estaba a salvo. Cuando recuperé la conciencia, alguien me hizo notar que la chiquita se había quedado sin familia muy lejos de su hogar natal y comenzaría su derrotero en asilos de niños, no me hizo falta pensar, la decisión de adoptarla fue un sentir. Los trámites fueron difíciles, siempre lo son en mi país, pero cada vez que recordaba sus ojos temerosos más fuerza conseguía para lograr el objetivo.

Finalmente se transformó en parte de una familia que se había olvidado de los chicos, porque nuestros hijos ya eran grandes. A veces me parece que me hace feliz como nunca lo he sido, otras veces pienso que tan solo me había olvidado, pero cuando todas las noches llego a mi casa y ella se abraza a mi cuello como aquella primera vez entre las llamas un pequeño nudo se hace en mi garganta, y en mi panza y a veces hasta se me cuela una lágrima traviesa.

Nunca pude corroborar lo cierto de la historia, pero qué importa.

Dedicado a Mafi, porque siempre hay una noticia distinta cuando se da vuelta la hoja del periódico.