martes, abril 26, 2005

Sí, Orly, acepto

Éramos como quince en un departamentito de dos ambientes en el que el sexo femenino estaba ausente. No recuerdo la ocasión, pero calculo que alguien cumpliría años. Yo, estaba callado y expectante con dos hojas de papel cuidadosamente dobladas en mi bolsillo, esperando la oportunidad de salir.

Las botellas de cerveza se vaciaban rápido y, como consecuencia de ello, siempre había alguien levantándose para buscar más o para que la vejiga sobrecargada se vaciara. En alguno de esos tantos movimientos la silla que estaba al lado de mi primo quedó libre y, de un salto (hay que dar un salto con las venas inundadas de cerveza ehh!) me senté a su lado. "Si tengo que pasar vergüenza, mejor que sea con él", pensé.

- Tengo algo para mostrarte - le dije, mientras terminaba de llenar el vaso.

Saqué mi papel del bolsillo y empecé a leer, mientras sentía que mi cara iba aumentando su temperatura tiñéndola de un rojo fuerte .

No era la primera vez que leía algo escrito por mí, pero siempre había sido para mujeres con la única compañía de un ambiente que se creaba entre dos, o para alguna de mis hermanas (las hermanas no son mujeres, son hermanas) con las que nunca podría avergonzarme porque me conocen de memoria. Pero esta vez era distinto. El aire estaba cargado de charlas de fútbol, de minas y demás cuestiones importantes, y las voces en su afán de imponerse a las demás, iban elevando el tono; de algún modo eso me daba ánimo porque el silencio hubiera hecho que mi voz se destacara cuando yo no lo quería.

Calculo que iría por la mitad de mi poema, cuando alguien, desde atrás, dijo:

- Ojo que está bueno! -

Fue como si me hubieran desabrochado el botón de un pantalón a punto de estallar, solté el aire que tenía en los pulmones desde hacía un buen rato y seguí leyendo con una tranquilidad nueva y alegre.

Después lo leí varias veces más, antes de que el papel comenzara a pasar de mano en mano.

Ese fue, Orly, el día en que acepté tu invitación. Tanto tiempo antes de que la hicieras y bajo la absoluta ignorancia de tu existencia, así, con esa magia de las palabras que pueden hacer eco hacia atrás, porque siempre aparece alguien que dice "ojo que está bueno". Y escribir supone acariciar y recibir caricias, o llorar un poco, o demostrarnos a nosotros mismos que la fantasía está a solo un teclado de distancia. Nada menos.

"...cuando se tira la botella al mar, la esperanza está puesta en que a algún receptor le interese tu mensaje..." Corsi

lunes, abril 18, 2005

Nostalgias

Yo tenía más de veinte autitos de colección que, de tarde en tarde, competían entre sí en diferentes superficies y acumulaban puntos para un campeonato que la Fórmula Uno podría envidiar.

Una caja llena de lápices me daba los instrumentos necesarios para delimitar rectas y curvas a través del resbaloso piso del garage, por entre la tupida alfombra de mi pieza o en la más gastada alfombra del cuarto de mis hermanas.

Así, todos tenían oportunidad, el Peugeot 404, viejito y sin ruedas siempre se detenía justo antes de despistarse aunque, naturalmente, era mucho menos veloz en el piso rugoso que el Jaguar de Matchbox.

Cuando el Scalextrik y el Telematch irrumpieron en las casas acompañando a la Commodore 64, la adolescencia me había alejado de la colección de pequeños bólidos, de modo que no los vi morir, aunque lo supe.

El joistick y el teclado reemplazaron la tracción a mano, los diseños gráficos a los terrenos caseros y los trucos a la imaginación. Los autitos, se unieron en su derrotero de juegos viejos a las bolitas, al punto (ya no hay figuritas redondas que se preparen a saltar hasta la pared desde el hueco que el pulgar hacía con el dedo índice), a los soldaditos (que todavía me encuentran con la mirada tonta cuando los veo en una juguetería)...

En la plaza de Villa del Parque hay un lago o un charco (depende la edad con la que se lo mire), que sirve para tirar piedritas. Hubo una tarde, en que un abuelo soltó a navegar un barquito con su nieto al lado y de solo verlos sentí que me invadían todas aquellas Migajas de la infancia.

Un rato después, estaba yo fabricando barquitos de papel para cuanto chico se acercara a pedirme y yo creo que ni ellos, ni mis hijas, pudieron entender la sonrisa que me acompañaba en cada doblez de las hojas de una revista vieja que saqué de la basura.

martes, abril 12, 2005

El Título

Un día se miran al espejo y ya no se ven tan feas, se pintan cuidadosamente, se visten con las mejores ropas, lustran sus zapatos y dejan brillar una sonrisa que habían mantenido oculta, al igual que ellas.

Entonces salen a caminar con todo el tiempo del mundo como para detenerse ante cada vidriera a contemplar su reflejo, para acomodarse un mechón de pelo que, en un acto de rebeldía se ubicó a su antojo.

Andan con los hombros levantados moviendo la cadera y se saben vistas, gustadas. No importa cuánto estuvieron escondidas, el tiempo empezó a contarse desde que sus zapatos lustrosos pisaron el afuera.

Siempre están allí, al alcance de nuestras letras o de las ganas de llegar a ellas, de la capacidad de ver más de lo que rebasa de un vaso y descubrir su interior.

Son historias o cuentos o pedazos de vida deformados que quieren decir y que se sienten alimento suficiente aunque hayan permanecido agachadas en el fondo de un tarro, escondidas como migajas.

domingo, abril 03, 2005

Cien

Hay personas que son capaces de encender las emociones ajenas con una palabra, tan sencillamente como si estuvieran prendiendo la luz.

No importa si esas palabras están más o menos elaboradas, si se adornan o salen como la mínima expresión de lo sucedido. Simplemente tienen una magia maravillosa cuando empiezan a hablar.

Vale la pena sentarse a escucharlo contar las mil historias de su vida, y no porque esa vida haya sido muy especial, sino porque se disfruta de oírlo, porque será atrapante hasta en el detalle más circunstancial e intrascendente. Llorar a carcajadas o enternecerse hasta la sonrisa, son lugares comunes cuando él dice.

A la hora de vivir parece un chico, y por ello, derrocha frescura, se encapricha, sueña, juega...; al amar es un eterno adolescente al que no le pesan sus seis décadas de vida o sus treinta y tantos de matrimonio para caminar a diario con su mujer de la mano o abrazados y sin embargo, nunca deja de ser un hombre.

Su forma de ser, lo ha transformado en un personaje ineludible de su pueblo, es una referencia obligada y conocida por todos. Por eso su casa siempre está poblada de gente de todas las edades que no pierden la ocasión de disfrutarlo.

A veces me hace pensar que si hay alguien que le tomó el tiempo a la vida, que encuentra y provoca felicidad, ese es él.

Yo podría haber hablado del caño de Riquelme a Yepes, del tercer gol de Martín, de la oreja de un nene de diez años pegada a la radio para escuchar a Boquita Campeón Intercontinental por primera vez o el primer partido en la cancha, de la paternidad tan saboreada sobre las gallinas o el campeonato después de once años. Del Diego y las lágrimas que me arrancó cuando se volvió a poner la camiseta prometida 14 años después, del Beto Márcico, o de Miguelito o del Bati o de Bianchi y las épocas de gloria...

Pero preferí elegir a aquel, que me dejó la herencia de ser un bostero de alma, sufrido y feliz, como corresponde a esta estirpe gloriosa, hoy centenaria. El Negro Blanco.

“Sí, sí señores, yo soy de Boca...Sí, sí señores, de corazón”