jueves, septiembre 22, 2005

Agonías

Muchas veces la vida se nos presenta como una lenta agonía en donde las cosas decantan suavemente igual que esas lloviznas invisibles que apenas se sienten pero que, irremediablemente, mojan.

Con el mismo ritmo pausado y reflexivo que tienen los viejos al caminar, van contagiando su sabor amargo en el paladar y de nada sirve que uno frote la lengua o trate de generar nueva saliva porque ese gusto pastoso de los amaneceres se queda por un buen rato sin fecha de vencimiento.

La agonía supone que el final es previsible y uno se acostumbra, acepta, entiende y hasta a veces desea que ocurra, pero con eso y a pesar de eso, el desenlace se guarda un último lamento en el bolsillo para sacarlo a relucir.

En eso estoy, en agonías, en finales conocidos y esperados pero traumáticos al fin, navegando entre sufrimientos propios y de otros que se sienten como propios y con una mezcla de distintas incertidumbres de panza dura que no saben qué sucederá el día después de mañana.

Es extraño, porque estoy hablando de dos temas diferentes, tan absolutamente diferentes, tan sentimentalmente diferentes, pero que han decidido unirse en tiempo y espacio para tenerme batiendo en una coctelera, tristezas, miedos y ansiedades, provocando las ausencias que se han notado. Todo pasará, espero.


Nota: Siempre que escribo intento dibujar, con palabras, sensaciones internas sin mayor explicación de lo que las produce, pero en este caso me parece que vale aclarar que los hechos que generan estos sentimientos son que: mi abuela, a sus noventa años parece estar abrazando un final que venía demorado, y que después de un par de años de tortura psicológica extremadamente cruel, estoy por ser despedido (o más probablemente me daré por despedido) de mi trabajo, con la incertidumbre de futuro que ello representa. Gracias por estar y disculpen si yo no lo estoy tanto por unos días.