jueves, junio 29, 2006

Una nueva historia

Sueño con caballeros vestidos con túnicas celestes que lustran sus zapatos con la gloria que millones no han podido ver jamás, su inmortalidad está al alcance de un grito que de tan apisonado es capaz de explotar.

Que una multitud se junta para descubrir a un Circo Romano que abandonó sus ruinas para que los gladiadores puedan saludar a un nuevo César. Su fortaleza es tan inacabable que en sus piernas esconden a todos aquellos que apenas si pueden caminar y se nutren de ellos ganando fuerzas con su peso.

Que el desembarco en Normandía cambia por uno nuevo en Berlín con el mismo gigante desplomado; que la guerra deja de tener muertos y forja reyes populares; que los filósofos griegos ensayan nuevas alegorías para explicar que el cielo está tan cerca de las matas de un césped recién cortado y como no encuentran palabras se quitan la ropa para correr detrás de ese pequeño mundo que gira y es a la vez centro de un universo.

Que la cordillera de los Andes se ha cruzado al revés y los indios de mandíbula dura y corazón grande plantan bandera en el viejo continente para informarles que han sido conquistados; y que una revolución sin víctimas ni dictadores ha triunfado por sobre una democracia de cartón.

Ya ven, en mis sueños la historia ha cambiado sus páginas de papel amarillo por unas nuevas que apenas si duran noventa minutos antes de que la tierra vuelva a tomar el ritmo que la costumbre le ha impuesto.

(((pero tengo un cagazo que ni les cuento)))

miércoles, junio 21, 2006

Melancolía futbolera

A veces siento que la vida se vuelve escurridiza y se empeña en eludirme, como si fuese el chiquilín Messi, dejándome de espaldas sin saber lo que ha pasado. En otras ocasiones me parece que esa misma vida se pasa tan veloz como Saviola, que no me doy cuenta cuándo ni cómo pero que todo ha ocurrido antes de que yo tome conciencia del lugar en que me encuentro.

Por momentos parezco un monigote sometido a las burlas de una pisada de Riquelme o de un caño de Tevez sin que pueda hacer nada para revertirlo; los intentos de esperar lo que viene se vuelven vanos porque siempre sucede lo que no tenía previsto, lo que no alcanzo a entender desde una absoluta ingenuidad mal concebida.

Me gana la fatiga y la desesperanza mientras las ilusiones son vulneradas repetida e incansablemente como si allí delante estuviese Crespo esperando para deshonrarme sin más mérito (ni menos) que el de ocupar el lugar correcto en el momento indicado (cosa que muy pocas veces he logrado en tantísimos años). Esa misma desesperación me ocurre toda vez que busco revancha, que intento ser incisivo y punzante buscando un éxito de cualquier color que nunca alcanzo a imaginar porque la realidad lo rechaza con la misma seguridad implacable del Ratón Ayala enviándolos tan lejos que ya no parece que puedan pensarse nuevamente.

Cierta vez creí estar cerca de llegar a alguna meta, los logros se paseaban a mi lado contoneándose seductores como una delicada mujer a la que casi podía acariciar, pero siempre hubo un manotazo que los borró de un golpe y todo se me vino en contra como si el Pato Abbondanzzieri acabara de sacar un contraataque preciso para vulnerarme una vez más. Entonces me envuelve la impotencia y empiezo a pensar que no sólo ya no estaré ahí, sino que ni siquiera podré mirar por el ojo de la cerradura para ver cómo es; en esos momentos cualquier suspiro encontrtado simula ser un tornado que quiere hacerme caer como si los malos vientos estuvieran capitaneados por la furia constante de Juampi Sorín.

Pero nunca he perdido la fe, todo vuelve a empezar cada vez y mantengo el tesón de un equipo chico que no deja de soñar en que un día hará ese gol magnífico que lo saque de zapatero.

martes, junio 13, 2006

El peor miedo

Mientras el sol de final de primavera se metía por un pequeño ventiluz lleno de tierra ubicado en lo más alto de su habitación del centro de Zagreb, el joven Slobodan, todavía dormido, daba vueltas en la cama como si ella estuviese llena de serpientes. De a ratos balbuceaba palabras sin sentido y un sudor frío le poblaba la frente deslizándose entre su cuerpo como si fuera un puñal. Estaba soñando con aquella vieja guerra que le había robado la niñez y nunca se terminaba de ir.

Cada vez que esto ocurría, el pequeño croata andaba toda la mañana con un temblor en las piernas que lo hacía caminar a tientas sosteniéndose por las paredes de su casa. Su hogar, como tantos otros en su país, reflejaba las marcas de tantos y tantos bombardeos y en esas mañana de miedo residual, de monstruos nocturnos sin final, esas huellas parecían hacerse tan grandes que Slobodan tenía miedo de caer dentro de ellos y nunca más salir.

Durante las tardes que seguían a esos tortuosos amaneceres, el miedo languidecía pero nunca llegaba a desaparecer, por eso en las noches la visita de Morfeo se demoraba casi tanto como la llegada de los primeros rayos del día siguiente.

Esa noche, en su vieja casa de Zagreb y sin más compañía que su propia soledad, el joven Slobodan se sentó a ver el primer partido de su selección en el mundial de fútbol. Cuando terminó de escuchar la formación del equipo de Brasil, su rival de turno, apagó el televisor y se fue a dormir temprano; sus fantasmas le resultaban un mejor refugio.

martes, junio 06, 2006

Historias de mundial I

Hay palabras cuya definición es tan inexistente que no sólo no pueden encontrarse en complejos y vastos diccionarios sino que tampoco es posible explicarse el verdadero significado que tienen o lo que representan, provocan o contagian.

Se nutren de las circunstancias que las rodean, del tono de voz y de cada una de las fibras del estómago que mueven al ser utilizadas; mutan de acuerdo a quien vayan dirigidas, a la respuesta esperada, a las miradas que la contienen y hasta al sentimiento que provocan o al del que nacen, que a veces es el mismo.

Carajo es una de ellas, y vaya si la Real Academia se ha esforzado en darle su sitio que la da vuelta de una y otra forma, que la desarma y la compone de mil maneras para poderla encontrar y ni aún así lo ha logrado.

A veces pareciera que tuviera color, un color de esos extraños que cambia de nombre según quien lo alcanza a ver y que está tan virgen de definiciones que se presta a que cualquiera le clave su bandera creyendo ser el primero.

Con carajo, se insulta y se ensalza, se desdeña y se valora, se afirma y se niega y todo eso está más o menos contemplado en las acepciones, pero esa palabrita representa mucho más; es como si le prestara un megáfono a aquello que queremos decir para que suene más fuerte, es una invitación, un abrazo, un puño apretado y una fuerza corriendo por canales imaginarios.

O podría figurarse como una regla ortográfica más con la que se puede reemplazar un signo de admiración, un acento o un punto final.

Pero que va, estoy intentando definir algo que ni los que saben han podido hacer y tan sólo para que entiendan que cuando en el mes de mundial que viene se me escuche gritar hasta quedarme disfónico ¡VAMOS ARGENTINA, CARAJO! puedan comprender que en ese grito va el alma, como cada vez que esa palabra se mete en las expresiones a viva voz.