jueves, septiembre 15, 2005

Crónicas de viaje IV

Antes: I, II, III

¿Y ENTEL?


Algo habremos hecho mal ese día, porque el viaje a Orlando no tuvo ningún sobresalto y, no solo eso, aunque suene increíble, bajamos en la salida correcta, pero claro, todavía teníamos que ubicar a mi prima...

La verdad es que no me acuerdo si no encontramos la dirección o directamente habíamos quedado en que la llamaba por teléfono ni bien estuviera en el punto de reunión, pero lo cierto es que allí estábamos, el teléfono público y yo, tratando de intimar. Y no intimamos nada, el muy turro me histeriqueaba como si fuera una mina, llamaba y ni bien me atendían se cortaba. Fue un largo rato, yo tenía muchas ganas de volver a ver aquella prima que había conocido unos cinco años atrás y la desesperación me llegaba al cuello enroscándose como una bufanda mientras mis ganas de partir al maldito teléfono en mil pedazos eran cada vez más “calientes”... pero hacerlo hubiera significado agregarle a todo lo que traía un viaje a otro teléfono quién sabe dónde. Cuando pensé que todo estaba perdido... decidí mirar el simpático cartelito del teléfono que decía que las monedas que yo estaba poniendo no eran suficientes... (adonde habrá quedado la bendita época del cospel...).

No creo que mi prima haya terminado de entender por qué yo tenía una bronca que volaba cuando vino a buscarnos pero con los abrazos todo se esfumó, estaba preparadito para otro desencuentro.

Ella estaba por casarse (cosa que finalmente no se produjo aunque no creo que el muchacho -Kurt- se haya espantado cuando nos conoció a nosotros...). El encuentro se dió esa noche, fuimos a su casa temprano, alrededor de las siete de la tarde y nos pusimos a charlar en idiomas que ninguno de los dos entendía; no me importaba mucho, porque yo estaba muy entretenido tirando a un pequeñito cesto de básquet con una pelotita de igual tamaño. Seguro que le daba bronca que, jugando de visitante, yo la embocara y él no, porque al ratito se acercó mi prima a preguntarme si ya nos íbamos a cenar... y, no... para mí, en todo caso, era la hora de las facturas y el mate. Pero parece que mis deseos no eran órdenes porque unos minutos más tarde volvió mi prima, después de una reunión privada con su prometido en la cocina, para decirme, muy gentilmente, que, o íbamos a cenar inmediatamente o se separaba. Por supuesto que accedí (aunque tiré unas cuantas veces más al aro).

Lindo lugar el restaurante mexicano en el que nos sirvieron unas atractivas patitas de pollo (como las de San Sebastián!!) y una salsita de tomate. Yo agarré la primera con la mano sin ningún pudor y comencé a embadurnarla de salsa... Menos mal que habían traído la bebida.