Crónicas de viaje III
Había un pequeño detallito, mis tíos, a los cuales no había visto desde mi infancia más lejana y olvidada, no sabían que llegábamos, es decir, sabían que íbamos a ir, pero no "cuándo". Hicimos sonar el timbre y nada, lo volvimos a sonar y no había respuesta, imagínense ustedes que estábamos en un país desconocido, así que no es "vuelvo más tarde", había que insistir. Habrá sido al tercer timbrazo que se escuchó un grito malhumorado que preguntaba algo en inglés y yo me sentí tan incómodo que a gatas me salió la voz para decir quién era, unos minutos después se abrió la puerta y una mujer con cara de mala y los pelos acomodados a las apuradas nos hizo pasar, era mi tía (después descubriría las bondades de esa entrañable mujer y aprendería a diferenciar la cara de mala con la cara de sueño).
Yo no sé si la familia (la grande, la que excede al núcleo primario) vista a lo lejos toma un color más atractivo que la que se tiene cerca, pero nunca me sentí tan cómodo, tan bien tratado y atendido como en esos dos días con mis parientes lejanos y cuando digo lejanos hablo tanto de lo que refiere al grado de parentesco como a la distancia geográfica. Allí, pude ver un atardecer sobre el golfo de México en el que se conjugaban, en un crisol multicolor, el reflejo rojizo de la resolana en el agua con los bellísimos ojos color miel de mi prima; tuve un día de velero con heladerita repleta de latitas de gaseosa y me dejaron ser capitán por un rato y también estaban los rayos...
Para un porteño de pura cepa como yo, un relámpago no es más que una ráfaga de luz que presagia al estallido del trueno, lo que sucede unos segundos más tarde, dependiendo qué tan lejos esté la tormenta, y después ya está, o se repite la historia o se larga a llover. Pero aquí las cosas eran diferentes; una tormenta eléctrica es el motivo por el cual una persona queda frita o cuanto menos con los poderes del Tío Lucas de los Locos Addams. Ok, así me lo explicaron, hasta me contaron las estadísticas y demás yerbas y supongo que lo habré entendido, pero cuando vino la tormenta y vi que mi tía tiraba las llaves del auto a cinco metros de donde ella estaba me maté de risa, es más, en éste mismo instante me imagino cual nueva versión de La Pistola Desnuda a cientos de yankies tirando las llaves en un estacionamiento porque a un japonés se le fue la mano con el flash y las carcajadas no me dejan seguir escribiendo.
Habrá que dejar para la próxima el viaje a Orlando, donde como no podía ser de otra manera, vuelvo a hacer papelones.
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