miércoles, enero 18, 2006

Reencuentros efímeros

Estuvo abandonada en un encierro de telarañas y supongo que eso habrá sido lo que le provocó ese color de papel con humedad que tenía en la cara cuando la vi. Su sonrisa de regreso no era más que una mueca que me producía lástima y estaba vestida con despojos grises y arrugados que bien podían haber sido cirujeados en alguna bolsa de basura.

Me parece mentira que alguna vez haya estado enamorado de ésta figura de imagen diluida, que la haya visto elegante, seductora y tan hermosa como para abrazarla con pasión, pero así fue; hace poco más de una década ella era mi preferida, mi compañía habitual a la que sólo dejaba de vez en cuando para engañarla por un rato. Siempre lo supo pero no le importaba; estaba tan segura de sí misma y de mi regreso a dormir en su regazo, que me dejaba escapar sin perder la sonrisa.

Pero un día no fue así, no hubo falda ni deseo de ella y se quedó esperando hasta que sus caderas se volvieron obesas y la puerta de su cuarto no volvió a ser atravesada ni siquiera por mi aliento.

En aquella época (recordar, me atrapa tanto como me adormece) yo empecé a caminar sintiendo que mis pasos tenían otro peso, mis huellas dejaron de ser dos para ser cuatro primero, seis luego y, finalmente ocho. Sin desearlo, ni pensarlo siquiera, ella se transformó en menos que el pasado y ni su sombra llegaba a rozar mi espalda.

Cuando ayer se presentó ante mi puerta, con sus ojos de cielo nublado, la invité a pasar con desgano; abrí una botella de vino y le ofrecí una copa. Sentados, uno frente al otro no pudimos encontrar más conversación que el silencio, no hubo más cercanía que la casualidad ni más deseo que su partida pronta. Y aquí estamos juntos, tan solo por un rato más, quienes alguna vez fueron buena compañía.

Mi soledad y yo.

miércoles, enero 11, 2006

El Ingeniero IV

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La travesía de investigación por la selva debió detenerse por un instante para que Lisandro arreglara, con una aguja gruesa y un poco de tanza, sus desflecadas alpargatas. La lona vieja finalmente había decidido desprenderse con el enésimo arañazo de una rama que jugaba con trampas; se mostraba débil y liviana como si flotara pero estaba afirmada al suelo con la fuerza de un capricho.

En el mismo momento, Gladys, la secretaria del Director y a la vez su sobrina, le daba instrucciones al ordenanza acerca de dónde tenía que colgar el nuevo cuadro que habían comprado para su oficina.

El sol ahogaba el aliento y se ponía de acuerdo con el enjambre de bichos varios para empecinarse en torturar a la comitiva; en realidad eso no hacía mella en Lisandro ni en sus compañeros, la investigación, era su motivación y nunca la naturaleza podía ser un escollo demasiado grande como para no disfrutarla. El problema es que el tiempo se escapaba ligero como el aleteo de un tábano y ellos no encontraban el lugar buscado como tampoco el camino de regreso; sus ropas, por otra parte, eran acordes al calor del día, pero para el frío nocturno resultaban tan escasas y ridículas como ojotas en la Antártida. Ciertamente, las temperaturas por éstos parajes desprotegidos no conocían de términos medios.

Desde la oficina se escuchó un grito, el ordenanza no estaba siguiendo correctamente las indicaciones de la secretaria y ésta con un movimiento intempestivo de su brazo intentó corregirlo. No fue lo suficientemente precavida y su mano golpeó contra el escritorio quebrándole una uña; furiosa, le dijo al ordenanza que se marchase con amenazas de hablar con su tío ni bien volviera de la reunión en la Intendencia y cuando la puerta se cerró, sacó una lima de su bolso de cuero nuevo y se puso a emprolijar la uña rota; un rato después, pasó por su baño privado para arreglar su maquillaje y renovar el perfume y se marchó a su casa después de tan agitado día de trabajo.

Pensando en la preocupación de su esposa e hijo y atendiendo el corte que su compañero se había hecho en la mano por usar tijeras sin filo, Lisandro pasó la noche en el bosque cubriéndose con hojas para soportar el frío lo mejor posible. Con la luz del día encontraron el camino de regreso y subieron a la camioneta para volver a las oficinas; cansados y sucios como estaban y con el vehículo cargado se montaron en ella, pero como ocurría dos de cada tres veces, encaprichada como una mula, la camioneta a la vuelta de la llave sólo respondía con risas de seseo.

viernes, enero 06, 2006

Regalo de Reyes

Se ha hecho tarde ésta noche y debemos apurarnos, no vaya a ser cosa que los Reyes Magos lleguen y pasen de largo por descubrir que todavía estamos despiertos.

¡Qué cosa con esto de hacer las cosas rápido y dejar todo para último momento!, casi, casi me olvido de ponerle el agua y el pasto a los camellos que vienen cansados en su largo viaje por todo el mundo repartiendo regalos, sueños y sonrisas; como no tengo parque voy a ir hasta la vereda para juntar el pasto que está al lado del arbolito. Por cierto, tendría que pasarle la bordeadora porque se ha hecho un matorral, o al menos darle unos tijeretazos para que quede un poco más prolijo...

Pero eso tendrá que ser otro día, ¡ahí vienen!, persiguiendo, como siempre, a esa estrella inalcanzable que los lleva de un lado a otro (a veces me parece que nosotros también somos un poco reyes magos y andamos persiguiendo estrellas que no logramos atrapar, pero eso es otro cuento).

Yo voy a hacer trampa y me voy a quedar espiando un ratito para ver qué dejan de regalo, total, en mi casa tengo escondites secretos... ¡Uy, mirá lo que trajeron, un cuento!


El Hada Magiquesa


Había un hada que tenía la cola paspada y tanto tanto le ardía que se dio un baño de agua fría.

El hada en cuestión se llamaba Magiquesa, aunque en realidad se llamaba Teresa pero sus consejeros de imagen le dijeron que ese no era nombre para un hada, que nadie la iba a llamar si la necesitaba porque Teresa es nombre de tía que cocina milanesas y no de hada. A ella le gustaba su nombre porque era el de su abuela (que efectivamente cocinaba milanesas, las mejores del mundo según ella), pero hizo caso y se lo cambió.

Un día, el Hada Magiquesa, recibió un llamado urgente de una nena que no tenía vestido para ponerse (parece ser que, desde el asunto de cenicienta, las hadas se han transformado más en modistas que en seres mágicos). Justo cuando sonó el celular con el llamado de la nena, el Hada Magiquesa se estaba bañando y tanto le insistió que salió así, a las apuradas, sin tiempo a secarse como corresponde.

Ni siquiera tuvo tiempo como para dejar secar sus alitas transparentes, de modo que no podía volar, así que se subió a su caballo y empezó a galopar.

Ayyy cómo le dolió al hada, cabalgar con la cola mojada, cuando camina está tiesa la pobre Magiquesa con las patas abiertas que parece que en el medio tuviera una puerta.

Cuando llegó a la casa de la nena, caminando a duras penas, ella le dijo que tenía que ir a una fiesta en la que no había príncipes, pero sí otros nenes y que mientras estaba jugando se había manchado el vestido nuevo que su mamá le había puesto, como tenía miedo que se enojara mucho (porque las mamás de las nenas se enojan mucho cuando no hacen caso y, a veces gritan, aunque les dure poquito) quería que Magiquesa le arreglara el vestido.

El hada, que estaba afligida y cansada, sacó un delantal y un lavarropas mágico y se puso a limpiar el vestido, al ratito, lo había dejado como si nada hubiera pasado y cuando la nena la miró sonriente, se dio cuenta de que algo andaba mal, entonces le preguntó - ¿qué te pasa Magiquesa, que tenés cara de tristeza? -; el hada, toda avergonzada, le dijo que su colita estaba colorada, entonces la nena, que es traviesa, pero buena, corrió hasta el cuarto de su hermanito y vino con un pomito de crema, porque su hermano es bebé y se paspa cada dos por tres.

El hada le dio las gracias y se volvió para su casa, claro que no en caballo, porque la llena de callos, se tomó el colectivo que la deja en la esquina.

Ni bien llegó, con muchísimo dolor, se puso un montón de crema en su colita paspada y quedó, despatarrada, acostada en la cama con sus patitas de hada arriba de un almohadón.

Ya saben, por unos días, no llamen a Magiquesa, está curándose en cama la colita colorada toda toda acongojada.

¿Quieren que se los lea?



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