miércoles, agosto 16, 2006

Amores de ultramar

Un barco que navega escorado nunca me ha resultado una buena imagen, es cierto que a veces sugiere algún tipo de aventura pero esto sólo ocurre si uno lo mira desde abajo. El barco escorado siempre está naufragando, estira su final, pierde su carga y sus tripulantes se ven diminutos en el esfuerzo de ponerlo en pié. El barco escorado ha perdido todo su garbo, ha abandonado la elegancia felina de su deslizar, se ha ahogado en sus aires triunfantes y no regala mas que pena de verlo arrodillado mientras el agua y el viento juegan al piedra, papel y tijera para saber quién se queda con el trofeo.

En muchas ocasiones el barco remonta la dificultad, pero eso es otra historia, es contar el cuento una vez que se conoce el final y nada tiene que ver con ese estado en que se lo vio suplicar.

A veces tengo la sensación de que si Ella no estuviese a mi lado yo sería un poco como ese barco que navega escorado, que no tendría opción de pensar en un futuro porque me pasaría el tiempo tratando de ponerme a flote. Creo que si puedo mostrar algún tipo de porte agradable es porque es Ella quien genera el contrapeso necesario para que el equilibrio sea el preciso.

Puede ser que de vez en cuando discutamos por quién lleva el timón (en realidad siempre es ella), porque a veces uno quiere estar en popa y el otro en proa o porque no nos ponemos de acuerdo sobre cuál es la vela que el tiempo está pidiendo; pero nunca tuve duda alguna de que si estoy navegando hacia algún lugar es porque Ella me enseñó a leer la hoja de ruta.

Ella, la mujer que amo, que hoy cumple años.