viernes, enero 06, 2006

Regalo de Reyes

Se ha hecho tarde ésta noche y debemos apurarnos, no vaya a ser cosa que los Reyes Magos lleguen y pasen de largo por descubrir que todavía estamos despiertos.

¡Qué cosa con esto de hacer las cosas rápido y dejar todo para último momento!, casi, casi me olvido de ponerle el agua y el pasto a los camellos que vienen cansados en su largo viaje por todo el mundo repartiendo regalos, sueños y sonrisas; como no tengo parque voy a ir hasta la vereda para juntar el pasto que está al lado del arbolito. Por cierto, tendría que pasarle la bordeadora porque se ha hecho un matorral, o al menos darle unos tijeretazos para que quede un poco más prolijo...

Pero eso tendrá que ser otro día, ¡ahí vienen!, persiguiendo, como siempre, a esa estrella inalcanzable que los lleva de un lado a otro (a veces me parece que nosotros también somos un poco reyes magos y andamos persiguiendo estrellas que no logramos atrapar, pero eso es otro cuento).

Yo voy a hacer trampa y me voy a quedar espiando un ratito para ver qué dejan de regalo, total, en mi casa tengo escondites secretos... ¡Uy, mirá lo que trajeron, un cuento!


El Hada Magiquesa


Había un hada que tenía la cola paspada y tanto tanto le ardía que se dio un baño de agua fría.

El hada en cuestión se llamaba Magiquesa, aunque en realidad se llamaba Teresa pero sus consejeros de imagen le dijeron que ese no era nombre para un hada, que nadie la iba a llamar si la necesitaba porque Teresa es nombre de tía que cocina milanesas y no de hada. A ella le gustaba su nombre porque era el de su abuela (que efectivamente cocinaba milanesas, las mejores del mundo según ella), pero hizo caso y se lo cambió.

Un día, el Hada Magiquesa, recibió un llamado urgente de una nena que no tenía vestido para ponerse (parece ser que, desde el asunto de cenicienta, las hadas se han transformado más en modistas que en seres mágicos). Justo cuando sonó el celular con el llamado de la nena, el Hada Magiquesa se estaba bañando y tanto le insistió que salió así, a las apuradas, sin tiempo a secarse como corresponde.

Ni siquiera tuvo tiempo como para dejar secar sus alitas transparentes, de modo que no podía volar, así que se subió a su caballo y empezó a galopar.

Ayyy cómo le dolió al hada, cabalgar con la cola mojada, cuando camina está tiesa la pobre Magiquesa con las patas abiertas que parece que en el medio tuviera una puerta.

Cuando llegó a la casa de la nena, caminando a duras penas, ella le dijo que tenía que ir a una fiesta en la que no había príncipes, pero sí otros nenes y que mientras estaba jugando se había manchado el vestido nuevo que su mamá le había puesto, como tenía miedo que se enojara mucho (porque las mamás de las nenas se enojan mucho cuando no hacen caso y, a veces gritan, aunque les dure poquito) quería que Magiquesa le arreglara el vestido.

El hada, que estaba afligida y cansada, sacó un delantal y un lavarropas mágico y se puso a limpiar el vestido, al ratito, lo había dejado como si nada hubiera pasado y cuando la nena la miró sonriente, se dio cuenta de que algo andaba mal, entonces le preguntó - ¿qué te pasa Magiquesa, que tenés cara de tristeza? -; el hada, toda avergonzada, le dijo que su colita estaba colorada, entonces la nena, que es traviesa, pero buena, corrió hasta el cuarto de su hermanito y vino con un pomito de crema, porque su hermano es bebé y se paspa cada dos por tres.

El hada le dio las gracias y se volvió para su casa, claro que no en caballo, porque la llena de callos, se tomó el colectivo que la deja en la esquina.

Ni bien llegó, con muchísimo dolor, se puso un montón de crema en su colita paspada y quedó, despatarrada, acostada en la cama con sus patitas de hada arriba de un almohadón.

Ya saben, por unos días, no llamen a Magiquesa, está curándose en cama la colita colorada toda toda acongojada.

¿Quieren que se los lea?



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