Nostalgias
Yo tenía más de veinte autitos de colección que, de tarde en tarde, competían entre sí en diferentes superficies y acumulaban puntos para un campeonato que la Fórmula Uno podría envidiar.
Una caja llena de lápices me daba los instrumentos necesarios para delimitar rectas y curvas a través del resbaloso piso del garage, por entre la tupida alfombra de mi pieza o en la más gastada alfombra del cuarto de mis hermanas.
Así, todos tenían oportunidad, el Peugeot 404, viejito y sin ruedas siempre se detenía justo antes de despistarse aunque, naturalmente, era mucho menos veloz en el piso rugoso que el Jaguar de Matchbox.
Cuando el Scalextrik y el Telematch irrumpieron en las casas acompañando a la Commodore 64, la adolescencia me había alejado de la colección de pequeños bólidos, de modo que no los vi morir, aunque lo supe.
El joistick y el teclado reemplazaron la tracción a mano, los diseños gráficos a los terrenos caseros y los trucos a la imaginación. Los autitos, se unieron en su derrotero de juegos viejos a las bolitas, al punto (ya no hay figuritas redondas que se preparen a saltar hasta la pared desde el hueco que el pulgar hacía con el dedo índice), a los soldaditos (que todavía me encuentran con la mirada tonta cuando los veo en una juguetería)...
En la plaza de Villa del Parque hay un lago o un charco (depende la edad con la que se lo mire), que sirve para tirar piedritas. Hubo una tarde, en que un abuelo soltó a navegar un barquito con su nieto al lado y de solo verlos sentí que me invadían todas aquellas Migajas de la infancia.
Un rato después, estaba yo fabricando barquitos de papel para cuanto chico se acercara a pedirme y yo creo que ni ellos, ni mis hijas, pudieron entender la sonrisa que me acompañaba en cada doblez de las hojas de una revista vieja que saqué de la basura.
Una caja llena de lápices me daba los instrumentos necesarios para delimitar rectas y curvas a través del resbaloso piso del garage, por entre la tupida alfombra de mi pieza o en la más gastada alfombra del cuarto de mis hermanas.
Así, todos tenían oportunidad, el Peugeot 404, viejito y sin ruedas siempre se detenía justo antes de despistarse aunque, naturalmente, era mucho menos veloz en el piso rugoso que el Jaguar de Matchbox.
Cuando el Scalextrik y el Telematch irrumpieron en las casas acompañando a la Commodore 64, la adolescencia me había alejado de la colección de pequeños bólidos, de modo que no los vi morir, aunque lo supe.
El joistick y el teclado reemplazaron la tracción a mano, los diseños gráficos a los terrenos caseros y los trucos a la imaginación. Los autitos, se unieron en su derrotero de juegos viejos a las bolitas, al punto (ya no hay figuritas redondas que se preparen a saltar hasta la pared desde el hueco que el pulgar hacía con el dedo índice), a los soldaditos (que todavía me encuentran con la mirada tonta cuando los veo en una juguetería)...
En la plaza de Villa del Parque hay un lago o un charco (depende la edad con la que se lo mire), que sirve para tirar piedritas. Hubo una tarde, en que un abuelo soltó a navegar un barquito con su nieto al lado y de solo verlos sentí que me invadían todas aquellas Migajas de la infancia.
Un rato después, estaba yo fabricando barquitos de papel para cuanto chico se acercara a pedirme y yo creo que ni ellos, ni mis hijas, pudieron entender la sonrisa que me acompañaba en cada doblez de las hojas de una revista vieja que saqué de la basura.
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