lunes, abril 18, 2005

Nostalgias

Yo tenía más de veinte autitos de colección que, de tarde en tarde, competían entre sí en diferentes superficies y acumulaban puntos para un campeonato que la Fórmula Uno podría envidiar.

Una caja llena de lápices me daba los instrumentos necesarios para delimitar rectas y curvas a través del resbaloso piso del garage, por entre la tupida alfombra de mi pieza o en la más gastada alfombra del cuarto de mis hermanas.

Así, todos tenían oportunidad, el Peugeot 404, viejito y sin ruedas siempre se detenía justo antes de despistarse aunque, naturalmente, era mucho menos veloz en el piso rugoso que el Jaguar de Matchbox.

Cuando el Scalextrik y el Telematch irrumpieron en las casas acompañando a la Commodore 64, la adolescencia me había alejado de la colección de pequeños bólidos, de modo que no los vi morir, aunque lo supe.

El joistick y el teclado reemplazaron la tracción a mano, los diseños gráficos a los terrenos caseros y los trucos a la imaginación. Los autitos, se unieron en su derrotero de juegos viejos a las bolitas, al punto (ya no hay figuritas redondas que se preparen a saltar hasta la pared desde el hueco que el pulgar hacía con el dedo índice), a los soldaditos (que todavía me encuentran con la mirada tonta cuando los veo en una juguetería)...

En la plaza de Villa del Parque hay un lago o un charco (depende la edad con la que se lo mire), que sirve para tirar piedritas. Hubo una tarde, en que un abuelo soltó a navegar un barquito con su nieto al lado y de solo verlos sentí que me invadían todas aquellas Migajas de la infancia.

Un rato después, estaba yo fabricando barquitos de papel para cuanto chico se acercara a pedirme y yo creo que ni ellos, ni mis hijas, pudieron entender la sonrisa que me acompañaba en cada doblez de las hojas de una revista vieja que saqué de la basura.