Cien
Hay personas que son capaces de encender las emociones ajenas con una palabra, tan sencillamente como si estuvieran prendiendo la luz.
No importa si esas palabras están más o menos elaboradas, si se adornan o salen como la mínima expresión de lo sucedido. Simplemente tienen una magia maravillosa cuando empiezan a hablar.
Vale la pena sentarse a escucharlo contar las mil historias de su vida, y no porque esa vida haya sido muy especial, sino porque se disfruta de oírlo, porque será atrapante hasta en el detalle más circunstancial e intrascendente. Llorar a carcajadas o enternecerse hasta la sonrisa, son lugares comunes cuando él dice.
A la hora de vivir parece un chico, y por ello, derrocha frescura, se encapricha, sueña, juega...; al amar es un eterno adolescente al que no le pesan sus seis décadas de vida o sus treinta y tantos de matrimonio para caminar a diario con su mujer de la mano o abrazados y sin embargo, nunca deja de ser un hombre.
Su forma de ser, lo ha transformado en un personaje ineludible de su pueblo, es una referencia obligada y conocida por todos. Por eso su casa siempre está poblada de gente de todas las edades que no pierden la ocasión de disfrutarlo.
A veces me hace pensar que si hay alguien que le tomó el tiempo a la vida, que encuentra y provoca felicidad, ese es él.
Yo podría haber hablado del caño de Riquelme a Yepes, del tercer gol de Martín, de la oreja de un nene de diez años pegada a la radio para escuchar a Boquita Campeón Intercontinental por primera vez o el primer partido en la cancha, de la paternidad tan saboreada sobre las gallinas o el campeonato después de once años. Del Diego y las lágrimas que me arrancó cuando se volvió a poner la camiseta prometida 14 años después, del Beto Márcico, o de Miguelito o del Bati o de Bianchi y las épocas de gloria...
Pero preferí elegir a aquel, que me dejó la herencia de ser un bostero de alma, sufrido y feliz, como corresponde a esta estirpe gloriosa, hoy centenaria. El Negro Blanco.
“Sí, sí señores, yo soy de Boca...Sí, sí señores, de corazón”
No importa si esas palabras están más o menos elaboradas, si se adornan o salen como la mínima expresión de lo sucedido. Simplemente tienen una magia maravillosa cuando empiezan a hablar.
Vale la pena sentarse a escucharlo contar las mil historias de su vida, y no porque esa vida haya sido muy especial, sino porque se disfruta de oírlo, porque será atrapante hasta en el detalle más circunstancial e intrascendente. Llorar a carcajadas o enternecerse hasta la sonrisa, son lugares comunes cuando él dice.
A la hora de vivir parece un chico, y por ello, derrocha frescura, se encapricha, sueña, juega...; al amar es un eterno adolescente al que no le pesan sus seis décadas de vida o sus treinta y tantos de matrimonio para caminar a diario con su mujer de la mano o abrazados y sin embargo, nunca deja de ser un hombre.
Su forma de ser, lo ha transformado en un personaje ineludible de su pueblo, es una referencia obligada y conocida por todos. Por eso su casa siempre está poblada de gente de todas las edades que no pierden la ocasión de disfrutarlo.
A veces me hace pensar que si hay alguien que le tomó el tiempo a la vida, que encuentra y provoca felicidad, ese es él.
Yo podría haber hablado del caño de Riquelme a Yepes, del tercer gol de Martín, de la oreja de un nene de diez años pegada a la radio para escuchar a Boquita Campeón Intercontinental por primera vez o el primer partido en la cancha, de la paternidad tan saboreada sobre las gallinas o el campeonato después de once años. Del Diego y las lágrimas que me arrancó cuando se volvió a poner la camiseta prometida 14 años después, del Beto Márcico, o de Miguelito o del Bati o de Bianchi y las épocas de gloria...
Pero preferí elegir a aquel, que me dejó la herencia de ser un bostero de alma, sufrido y feliz, como corresponde a esta estirpe gloriosa, hoy centenaria. El Negro Blanco.
0 Comments:
Publicar un comentario
<< Home