Sí, Orly, acepto
Éramos como quince en un departamentito de dos ambientes en el que el sexo femenino estaba ausente. No recuerdo la ocasión, pero calculo que alguien cumpliría años. Yo, estaba callado y expectante con dos hojas de papel cuidadosamente dobladas en mi bolsillo, esperando la oportunidad de salir.
Las botellas de cerveza se vaciaban rápido y, como consecuencia de ello, siempre había alguien levantándose para buscar más o para que la vejiga sobrecargada se vaciara. En alguno de esos tantos movimientos la silla que estaba al lado de mi primo quedó libre y, de un salto (hay que dar un salto con las venas inundadas de cerveza ehh!) me senté a su lado. "Si tengo que pasar vergüenza, mejor que sea con él", pensé.
- Tengo algo para mostrarte - le dije, mientras terminaba de llenar el vaso.
Saqué mi papel del bolsillo y empecé a leer, mientras sentía que mi cara iba aumentando su temperatura tiñéndola de un rojo fuerte .
No era la primera vez que leía algo escrito por mí, pero siempre había sido para mujeres con la única compañía de un ambiente que se creaba entre dos, o para alguna de mis hermanas (las hermanas no son mujeres, son hermanas) con las que nunca podría avergonzarme porque me conocen de memoria. Pero esta vez era distinto. El aire estaba cargado de charlas de fútbol, de minas y demás cuestiones importantes, y las voces en su afán de imponerse a las demás, iban elevando el tono; de algún modo eso me daba ánimo porque el silencio hubiera hecho que mi voz se destacara cuando yo no lo quería.
Calculo que iría por la mitad de mi poema, cuando alguien, desde atrás, dijo:
- Ojo que está bueno! -
Fue como si me hubieran desabrochado el botón de un pantalón a punto de estallar, solté el aire que tenía en los pulmones desde hacía un buen rato y seguí leyendo con una tranquilidad nueva y alegre.
Después lo leí varias veces más, antes de que el papel comenzara a pasar de mano en mano.
Ese fue, Orly, el día en que acepté tu invitación. Tanto tiempo antes de que la hicieras y bajo la absoluta ignorancia de tu existencia, así, con esa magia de las palabras que pueden hacer eco hacia atrás, porque siempre aparece alguien que dice "ojo que está bueno". Y escribir supone acariciar y recibir caricias, o llorar un poco, o demostrarnos a nosotros mismos que la fantasía está a solo un teclado de distancia. Nada menos.
Las botellas de cerveza se vaciaban rápido y, como consecuencia de ello, siempre había alguien levantándose para buscar más o para que la vejiga sobrecargada se vaciara. En alguno de esos tantos movimientos la silla que estaba al lado de mi primo quedó libre y, de un salto (hay que dar un salto con las venas inundadas de cerveza ehh!) me senté a su lado. "Si tengo que pasar vergüenza, mejor que sea con él", pensé.
- Tengo algo para mostrarte - le dije, mientras terminaba de llenar el vaso.
Saqué mi papel del bolsillo y empecé a leer, mientras sentía que mi cara iba aumentando su temperatura tiñéndola de un rojo fuerte .
No era la primera vez que leía algo escrito por mí, pero siempre había sido para mujeres con la única compañía de un ambiente que se creaba entre dos, o para alguna de mis hermanas (las hermanas no son mujeres, son hermanas) con las que nunca podría avergonzarme porque me conocen de memoria. Pero esta vez era distinto. El aire estaba cargado de charlas de fútbol, de minas y demás cuestiones importantes, y las voces en su afán de imponerse a las demás, iban elevando el tono; de algún modo eso me daba ánimo porque el silencio hubiera hecho que mi voz se destacara cuando yo no lo quería.
Calculo que iría por la mitad de mi poema, cuando alguien, desde atrás, dijo:
- Ojo que está bueno! -
Fue como si me hubieran desabrochado el botón de un pantalón a punto de estallar, solté el aire que tenía en los pulmones desde hacía un buen rato y seguí leyendo con una tranquilidad nueva y alegre.
Después lo leí varias veces más, antes de que el papel comenzara a pasar de mano en mano.
Ese fue, Orly, el día en que acepté tu invitación. Tanto tiempo antes de que la hicieras y bajo la absoluta ignorancia de tu existencia, así, con esa magia de las palabras que pueden hacer eco hacia atrás, porque siempre aparece alguien que dice "ojo que está bueno". Y escribir supone acariciar y recibir caricias, o llorar un poco, o demostrarnos a nosotros mismos que la fantasía está a solo un teclado de distancia. Nada menos.
"...cuando se tira la botella al mar, la esperanza está puesta en que a algún receptor le interese tu mensaje..." Corsi
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