martes, junio 06, 2006

Historias de mundial I

Hay palabras cuya definición es tan inexistente que no sólo no pueden encontrarse en complejos y vastos diccionarios sino que tampoco es posible explicarse el verdadero significado que tienen o lo que representan, provocan o contagian.

Se nutren de las circunstancias que las rodean, del tono de voz y de cada una de las fibras del estómago que mueven al ser utilizadas; mutan de acuerdo a quien vayan dirigidas, a la respuesta esperada, a las miradas que la contienen y hasta al sentimiento que provocan o al del que nacen, que a veces es el mismo.

Carajo es una de ellas, y vaya si la Real Academia se ha esforzado en darle su sitio que la da vuelta de una y otra forma, que la desarma y la compone de mil maneras para poderla encontrar y ni aún así lo ha logrado.

A veces pareciera que tuviera color, un color de esos extraños que cambia de nombre según quien lo alcanza a ver y que está tan virgen de definiciones que se presta a que cualquiera le clave su bandera creyendo ser el primero.

Con carajo, se insulta y se ensalza, se desdeña y se valora, se afirma y se niega y todo eso está más o menos contemplado en las acepciones, pero esa palabrita representa mucho más; es como si le prestara un megáfono a aquello que queremos decir para que suene más fuerte, es una invitación, un abrazo, un puño apretado y una fuerza corriendo por canales imaginarios.

O podría figurarse como una regla ortográfica más con la que se puede reemplazar un signo de admiración, un acento o un punto final.

Pero que va, estoy intentando definir algo que ni los que saben han podido hacer y tan sólo para que entiendan que cuando en el mes de mundial que viene se me escuche gritar hasta quedarme disfónico ¡VAMOS ARGENTINA, CARAJO! puedan comprender que en ese grito va el alma, como cada vez que esa palabra se mete en las expresiones a viva voz.