Los sueños y los chicos
Los chicos sueñan y la pucha si sueñan lindo, tanto que a uno le provocan envidia y placer al mismo tiempo mientras los escucha hablar de lo que van a ser, cuando sean grandes.
Los chicos sueñan con las estrellas, las dibujan, las atan y las sueltan a su antojo, la encienden con un chasquido de dedos y las apagan cuando cierran los ojos. Entonces, a la mañana siguiente, se despiertan diciendo que van a ser astronautas para poder acariciarlas o astrónomos para espiar lo que ellas hacen a escondidas.
Los chicos sueñan con el mar y los ríos; persiguen antiguos tesoros escondidos en islas desconocidas y achinan sus ojitos ante las inclemencias de un tiempo que no hace más que lloverles sin descanso a la par que el viento los golpea en la cara como un cachetazo de nene malo. Sostienen firmes el timón hecho con cucharas de madera e insisten en ponerse la gorra de capitán hasta que deje de quedarles grande.
Los chicos sueñan con el ruido de un motor que se acelera y se desacelera como si fuese un subibaja, giran a velocidades increíbles por un curva infranqueable montados en su auto chatito o en su moto todopoderosa. Agitan botellas de Coca Cola, las vuelcan en una copa reluciente en la cima de un podio alto como las nubes y se calzan ramas dobladas en su pecho orgulloso.
Otras veces los chicos sueñan con ser arquitectos, entonces construyen, con sus ladrillitos de plástico, edificios tan altos que al mirarlos provoca que el cuello se ponga duro, imaginan casas con puertas gigantes para que todos los amigos puedan entrar y una infinidad de ventanas como para que se escapen cuando los retan los papás.
Mientras los chicos sueñan con ser futbolistas, las chicas sueñan con ser modelos o maestras y ambos quieren ser doctores para sanar al abuelo que siempre se queja de los dolores en la espalda o a un nene que se enfermó porque comió mucho chocolate; pero también quieren ser veterinarios para curar a los perritos que atropellaron ellos mismos en aquel sueño del auto.
Hay chicos que quieren ser presidentes y escuchan la ovación de una multitud de otros chicos cuando por fin tapan el pozo de la esquina en donde todas las bicicletas se rompen; otros, en cambio, quieren ser soldados para alcanzar la gloria después de haber vencido al enemigo con una hondera gigante o con el globo bien acomodado detrás del rulero.
Los chicos sueñan en colores, sueños de escalera, donde siempre se llega un poco más alto, donde descubren como si estuviesen jugando a la escondida y atrapan como si lo estuvieran haciendo a la mancha. En sus sueños siempre hay sonrisas, peligros que indefectiblemente se van a superar y muchos otros chicos soñando al lado de ellos, para ayudarlos.
Los chicos sueñan todo eso y muchas cosas más. Pero nunca, de esos nunca que no caben siquiera en la imaginación del niño más perspicaz, sueñan con ser “empleados administrativos”, porque los sueños de los chicos jamás son grises, ni tristes.
Los chicos sueñan con las estrellas, las dibujan, las atan y las sueltan a su antojo, la encienden con un chasquido de dedos y las apagan cuando cierran los ojos. Entonces, a la mañana siguiente, se despiertan diciendo que van a ser astronautas para poder acariciarlas o astrónomos para espiar lo que ellas hacen a escondidas.
Los chicos sueñan con el mar y los ríos; persiguen antiguos tesoros escondidos en islas desconocidas y achinan sus ojitos ante las inclemencias de un tiempo que no hace más que lloverles sin descanso a la par que el viento los golpea en la cara como un cachetazo de nene malo. Sostienen firmes el timón hecho con cucharas de madera e insisten en ponerse la gorra de capitán hasta que deje de quedarles grande.
Los chicos sueñan con el ruido de un motor que se acelera y se desacelera como si fuese un subibaja, giran a velocidades increíbles por un curva infranqueable montados en su auto chatito o en su moto todopoderosa. Agitan botellas de Coca Cola, las vuelcan en una copa reluciente en la cima de un podio alto como las nubes y se calzan ramas dobladas en su pecho orgulloso.
Otras veces los chicos sueñan con ser arquitectos, entonces construyen, con sus ladrillitos de plástico, edificios tan altos que al mirarlos provoca que el cuello se ponga duro, imaginan casas con puertas gigantes para que todos los amigos puedan entrar y una infinidad de ventanas como para que se escapen cuando los retan los papás.
Mientras los chicos sueñan con ser futbolistas, las chicas sueñan con ser modelos o maestras y ambos quieren ser doctores para sanar al abuelo que siempre se queja de los dolores en la espalda o a un nene que se enfermó porque comió mucho chocolate; pero también quieren ser veterinarios para curar a los perritos que atropellaron ellos mismos en aquel sueño del auto.
Hay chicos que quieren ser presidentes y escuchan la ovación de una multitud de otros chicos cuando por fin tapan el pozo de la esquina en donde todas las bicicletas se rompen; otros, en cambio, quieren ser soldados para alcanzar la gloria después de haber vencido al enemigo con una hondera gigante o con el globo bien acomodado detrás del rulero.
Los chicos sueñan en colores, sueños de escalera, donde siempre se llega un poco más alto, donde descubren como si estuviesen jugando a la escondida y atrapan como si lo estuvieran haciendo a la mancha. En sus sueños siempre hay sonrisas, peligros que indefectiblemente se van a superar y muchos otros chicos soñando al lado de ellos, para ayudarlos.
Los chicos sueñan todo eso y muchas cosas más. Pero nunca, de esos nunca que no caben siquiera en la imaginación del niño más perspicaz, sueñan con ser “empleados administrativos”, porque los sueños de los chicos jamás son grises, ni tristes.
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