Reflejos de cumpleaños
Cuando San Pedro empezó a mover los muebles en el cielo (así, hablaba mi abuela de los truenos), el día de mi cumpleaños estaba arrancando con esa extraña paradoja que tienen los "días" que comienzan y terminan de noche; igual que la vida.
Yo estaba sentado ante la computadora, mi compañera en momentos en que todos han decidido resignarse al sueño, y no le prestaba atención al afuera, aunque podría haberlo hecho porque mirar por la ventana cómo el agua cae sin descanso suele resultarme inspirador, pareciera que los ojos se empañan como los vidrios ante el aliento y uno comienza a dibujar fantasías con los dedos de la imaginación. Pero no, miraba por esta ventana de píxeles con la vista solamente nublada por el sueño y el humo de los cigarrillos.
Mi Señora no conseguía dormir, daba vueltas en la cama como si buscara un espacio en el que la noche tuviese los silencios de siempre; se sentó en la cama, fumó su enésimo pucho del día y volvió a acostarse hasta que, un rato más tarde, sus gruñidos me dijeron que finalmente se había dormido. Después, sin que la lluvia o los truenos se hubieran tomado descanso alguno, yo también me acosté.
Aunque sé que a algunos de Uds. la tormenta les resulta atractiva, para mí refleja la tristeza, no por la lluvia en sí, ni por el retumbar que la acompaña, ni siquiera me transmite esa sensación, tan solo es una imagen, como metáfora de un lugar común
No faltó quien la destacara durante el día, señalando lo inoportuno de que coincidiera con mi aniversario, pero a mí me importaba poco. He tenido tantas tormentas internas en los últimos tiempos que, como le decía a mi amiga Güendy hace un rato por mail, el único reporte meteorológico al que le doy importancia es al que viene de adentro, el que se refleja en un estado de ánimo inocultable y ese día, el brillo del sol se hacía una sonrisa constante de ojos achinados y hombros en alto.
Para que eso ocurriera no alcanzaba con que el número del día haya sido el 23 y el de mes el 8, hubo una mujer que dejó de lado su cansancio, hizo una torta de chocolate y se preocupó porque las cosas estuvieran listas para el pequeño festejo de la noche, hubo dos nenas que tuvieron ganas de cantar el feliz cumple varias veces en el día, hubo llamados telefónicos y mensajes de texto desde lejos, hubo familia en casa y amigos... Y hubo gente que decidió venir hasta aquí para mimarme, con posts o con mensajes, conocidos (y queridos) de siempre y otros a los que nunca había visto, gente que habla siempre y otros que jamás habían dicho una palabra.
El efecto residual es esa sonrisa que insiste en quedarse y un fantástico clima interno, en donde pareciera haber un fuerte viento que sopla las nubes lejos para que no molesten. Ojalá dure, hay con qué.
Nota: Aunque lo publique hoy, éste post lo escribí el jueves, antes de que Sol me acariciara lenta y suavemente el alma con esta ternura que hizo en su página.
Yo estaba sentado ante la computadora, mi compañera en momentos en que todos han decidido resignarse al sueño, y no le prestaba atención al afuera, aunque podría haberlo hecho porque mirar por la ventana cómo el agua cae sin descanso suele resultarme inspirador, pareciera que los ojos se empañan como los vidrios ante el aliento y uno comienza a dibujar fantasías con los dedos de la imaginación. Pero no, miraba por esta ventana de píxeles con la vista solamente nublada por el sueño y el humo de los cigarrillos.
Mi Señora no conseguía dormir, daba vueltas en la cama como si buscara un espacio en el que la noche tuviese los silencios de siempre; se sentó en la cama, fumó su enésimo pucho del día y volvió a acostarse hasta que, un rato más tarde, sus gruñidos me dijeron que finalmente se había dormido. Después, sin que la lluvia o los truenos se hubieran tomado descanso alguno, yo también me acosté.
Aunque sé que a algunos de Uds. la tormenta les resulta atractiva, para mí refleja la tristeza, no por la lluvia en sí, ni por el retumbar que la acompaña, ni siquiera me transmite esa sensación, tan solo es una imagen, como metáfora de un lugar común
No faltó quien la destacara durante el día, señalando lo inoportuno de que coincidiera con mi aniversario, pero a mí me importaba poco. He tenido tantas tormentas internas en los últimos tiempos que, como le decía a mi amiga Güendy hace un rato por mail, el único reporte meteorológico al que le doy importancia es al que viene de adentro, el que se refleja en un estado de ánimo inocultable y ese día, el brillo del sol se hacía una sonrisa constante de ojos achinados y hombros en alto.
Para que eso ocurriera no alcanzaba con que el número del día haya sido el 23 y el de mes el 8, hubo una mujer que dejó de lado su cansancio, hizo una torta de chocolate y se preocupó porque las cosas estuvieran listas para el pequeño festejo de la noche, hubo dos nenas que tuvieron ganas de cantar el feliz cumple varias veces en el día, hubo llamados telefónicos y mensajes de texto desde lejos, hubo familia en casa y amigos... Y hubo gente que decidió venir hasta aquí para mimarme, con posts o con mensajes, conocidos (y queridos) de siempre y otros a los que nunca había visto, gente que habla siempre y otros que jamás habían dicho una palabra.
El efecto residual es esa sonrisa que insiste en quedarse y un fantástico clima interno, en donde pareciera haber un fuerte viento que sopla las nubes lejos para que no molesten. Ojalá dure, hay con qué.
Nota: Aunque lo publique hoy, éste post lo escribí el jueves, antes de que Sol me acariciara lenta y suavemente el alma con esta ternura que hizo en su página.
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