Creencias
Hay cosas en las que vale la pena creer, ya sea por el contenido de la historia, por la magia con que los personajes se han desenvuelto, por la bravura o la entereza del protagonista o sencillamente por la admiración que el cuento supone.
Yo siempre he dicho que a mí me gustaría creer en la reencarnación, tengo un apego tan grande a la vida y al mismo tiempo siento que son tantas las cosas que me voy perdiendo por ser tan limitado como un ser humano, que realmente me gustaría tener unas cuantas oportunidades más para volver a empezar ésta historia que llevo, u otra; pero no, por más que lo deseo, las creencias suelen mamarse de chico y es posible perderlas pero muy difícilmente se cambien por nuevas.
Ésta noche se celebra el nacimiento de un tipo que, según cuenta la historia, la leyenda o el cuento, se la jugó hasta la última gota de sangre por la gente, sin importarle si esa gente era de la mejor o de la peor calaña. No es que sea difícil de creer que haya sido hijo de Dios o que sea hijo de una Virgen (como decía Duda), directamente resulta inexplicable que en éste mundo siempre decadente haya habido alguien tan admirable, con tanta buena leche, alguien al que se le ocurrió ofrecerse a sí mismo como prueba de lo que realizó y dijo durante treinta y tres años.
Paralelamente, también ésta misma noche, se celebra la llegada de otro personaje fantástico al que los usos y costumbres venidos del norte lo han pintado como un gordo bonachón de larga barba blanca que viaja en un trineo volador y cuyo abrigado tapado rojo le debe provocar más de una calentura cuando anda por éstas latitudes. Éste anciano tiene como tarea repartir juguetes a todos los chicos y a los que nos sentimos como ellos, y provocar, de esa forma, una catarata de sonrisas tan grande que el mundo pudiera detenerse en ese instante y considerarse feliz.
Yo creo en ambos, pero eso no es más que un detalle, porque a la hora de desearle felicidades a la gente amiga cualquier motivo es bueno.
Yo siempre he dicho que a mí me gustaría creer en la reencarnación, tengo un apego tan grande a la vida y al mismo tiempo siento que son tantas las cosas que me voy perdiendo por ser tan limitado como un ser humano, que realmente me gustaría tener unas cuantas oportunidades más para volver a empezar ésta historia que llevo, u otra; pero no, por más que lo deseo, las creencias suelen mamarse de chico y es posible perderlas pero muy difícilmente se cambien por nuevas.
Ésta noche se celebra el nacimiento de un tipo que, según cuenta la historia, la leyenda o el cuento, se la jugó hasta la última gota de sangre por la gente, sin importarle si esa gente era de la mejor o de la peor calaña. No es que sea difícil de creer que haya sido hijo de Dios o que sea hijo de una Virgen (como decía Duda), directamente resulta inexplicable que en éste mundo siempre decadente haya habido alguien tan admirable, con tanta buena leche, alguien al que se le ocurrió ofrecerse a sí mismo como prueba de lo que realizó y dijo durante treinta y tres años.
Paralelamente, también ésta misma noche, se celebra la llegada de otro personaje fantástico al que los usos y costumbres venidos del norte lo han pintado como un gordo bonachón de larga barba blanca que viaja en un trineo volador y cuyo abrigado tapado rojo le debe provocar más de una calentura cuando anda por éstas latitudes. Éste anciano tiene como tarea repartir juguetes a todos los chicos y a los que nos sentimos como ellos, y provocar, de esa forma, una catarata de sonrisas tan grande que el mundo pudiera detenerse en ese instante y considerarse feliz.
Yo creo en ambos, pero eso no es más que un detalle, porque a la hora de desearle felicidades a la gente amiga cualquier motivo es bueno.
Tengan todos Uds. una Feliz Navidad, como sea que vayan a vivirla y cualquiera sea el motivo del festejo.
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