Sol y la lluvia
Ella está sentada en el viejo umbral de una casa; todos los umbrales son grises y fríos y este no es la excepción, pero guarda tantas historias como puntos blancos y negros pueden encontrarse en él y a ella le maravillan las historias sobre personas, y las personas. Sin embargo, a veces siente que no le gusta este lugar, que está vacío y triste, pero cuando la melancolía de la soledad no la atrapa o se desvanece, vuelve a sentirse a gusto.
El día había amanecido despejado y un poco fresco pero apenas si alcanzó a ser una ilusión; el calor de la época empezó a ganar su espacio y en apenas un rato se encargó de descomponer toda partícula de agua que encontraba a su paso. Las nubes, por cierto, daban cuenta de ello y comenzaban su ritual de amor encimándose una con otra cada vez más apresuradamente.
Ella miraba con tanto detenimiento a la gente que pasaba a su lado que hasta podría describirla, de vez en cuando les decía cosas bonitas porque no entendía que hubiese otra cosa para decir y las personas le devolvían una sonrisa plena que permanecía un segundo más que ellos mismos.
Entre las nubes ya no había espacio ni siquiera para un secreto y comenzaron a amoratarse. Un haz de luz cruzó desde uno de los altos edificios hasta el otro y quebró la resistencia de la humedad del aliento, entonces empezó a llover como si así hubiera estado planeado.
Ella sintió humedecerse su pelo y achinó sus pequeños ojos como un acto reflejo. Por encima suyo no había más que aire mojado pero no tuvo la menor intención de esconderse de él. El agua le caía por el rostro como si fuesen lágrimas y, sin embargo, ella desanudaba su mejor sonrisa. Levantó la mirada al escondido cielo y abrió la boca sedienta de lluvias y horizontes.
Por efecto de la tormenta, la calle que antes se veía inundada de gente, se transformó en un lugar de espacios; de vez en cuando alguien pasaba corriendo de un lado a otro con un periódico en la cabeza y los autos aceleraban las escobillas para quitarse el agua de encima.
Ella se levantó, y empezó a caminar con la certeza de que pocos habían podido entender la belleza de ese momento y así anduvo pisando charcos, que salpicaban tan alto como ella, hasta que la tormenta se detuvo como los autos en el semáforo.
La acera volvió a llenarse de gente como si alguien hubiese gritado “piedra libre pa todos los compa” y ella encontró un nuevo umbral en donde esperar otro chispazo de esa felicidad que tanto le gusta mientras se ponía a contar los puntos del suelo y a decirle cosas bonitas a la gente que pasaba a su lado.
El día había amanecido despejado y un poco fresco pero apenas si alcanzó a ser una ilusión; el calor de la época empezó a ganar su espacio y en apenas un rato se encargó de descomponer toda partícula de agua que encontraba a su paso. Las nubes, por cierto, daban cuenta de ello y comenzaban su ritual de amor encimándose una con otra cada vez más apresuradamente.
Ella miraba con tanto detenimiento a la gente que pasaba a su lado que hasta podría describirla, de vez en cuando les decía cosas bonitas porque no entendía que hubiese otra cosa para decir y las personas le devolvían una sonrisa plena que permanecía un segundo más que ellos mismos.
Entre las nubes ya no había espacio ni siquiera para un secreto y comenzaron a amoratarse. Un haz de luz cruzó desde uno de los altos edificios hasta el otro y quebró la resistencia de la humedad del aliento, entonces empezó a llover como si así hubiera estado planeado.
Ella sintió humedecerse su pelo y achinó sus pequeños ojos como un acto reflejo. Por encima suyo no había más que aire mojado pero no tuvo la menor intención de esconderse de él. El agua le caía por el rostro como si fuesen lágrimas y, sin embargo, ella desanudaba su mejor sonrisa. Levantó la mirada al escondido cielo y abrió la boca sedienta de lluvias y horizontes.
Por efecto de la tormenta, la calle que antes se veía inundada de gente, se transformó en un lugar de espacios; de vez en cuando alguien pasaba corriendo de un lado a otro con un periódico en la cabeza y los autos aceleraban las escobillas para quitarse el agua de encima.
Ella se levantó, y empezó a caminar con la certeza de que pocos habían podido entender la belleza de ese momento y así anduvo pisando charcos, que salpicaban tan alto como ella, hasta que la tormenta se detuvo como los autos en el semáforo.
La acera volvió a llenarse de gente como si alguien hubiese gritado “piedra libre pa todos los compa” y ella encontró un nuevo umbral en donde esperar otro chispazo de esa felicidad que tanto le gusta mientras se ponía a contar los puntos del suelo y a decirle cosas bonitas a la gente que pasaba a su lado.
Que tengas un maravilloso cumpleaños Solcito.
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