viernes, diciembre 16, 2005

Besos y... algo más

No importa que el tiempo y su modernidad le hayan puesto delante una computadora, un montón de teclas y un cable que la lleva tan lejos como pueda soñar; en mi imaginación, ella sigue sentada en una mesa de madera gastada, a la media tarde de un bar viejo y solitario con un café enfriándose mientras empieza a mancharse los dedos con la tinta de su lapicera.

Un cuaderno en blanco, el reverso de una hoja usada y hasta una servilleta le sirven para comenzar a garabatear esos sentimientos con forma de historia, las broncas a viva voz o las tristezas susurradas; y mientras un mozo con un delantal que alguna vez fue blanco le trae un nuevo café, ella sonríe porque la vida la tratará como quiera, pero sigue de pie.

La tarde empieza a irse llevándose el día a la rastra y con él las luces; a veces pareciera que tiene gusto a final, que los amaneceres son un cuento leído en algún lugar de relatos fantásticos, pero entonces llega el Negro, se acomoda junto a ella y empiezan una de esas conversaciones que se van a hacer largas y apasionadas y ni siquiera importa de qué van a estar hablando porque lo que realmente es relevante es que allí están, juntos, compartiéndose.

Cuando el reloj se cansa de golpear las agujas para avisar que ya es tarde, ellos salen caminando de la mano y se miran y sonríen porque la oscuridad de la noche ya no los asusta. Hay historias que empiezan en el atardecer y están tan llenas que da la impresión de que siempre existieron.

El día que la conocí le dije que si alguna vez escribía algo sobre ese encuentro diría que ella es una mujer a la que dan ganas de regalarle flores. Feliz cumple DudaDesnuda, querida Duda.