jueves, julio 07, 2005

Cenizas

Un tronco suele estar erguido, orgulloso de su copa que roza el cielo y es incapaz de mirar hacia abajo porque su propia naturaleza se lo impide. La calificación de soberbia o grandeza dependerá del observador y sus propias miserias.

Debe ser por eso que jamás da cuenta del fuego que se acerca, hasta que lo tiene a sus pies y ni aún en ese momento es capaz de percibir el peligro que éste representa; es probable que al principio ceda a los encantos de las caricias cálidas o sencillamente lo ignore por considerarlo un accidente más de su ambiente.

El fuego llega silencioso, viboreando entre los obstáculos y comienza a subir por el cuerpo de su presa, da lo mismo si ella se asfixia en el humo o se derrumba por el dolor; él, tan solo quiere saciar su apetito.

Cuando la savia comienza a secarse entre gritos de seseo, ni siquiera los estallidos de la madera, que aparenta pelear con todas sus fuerzas, alcanzan para detener el final cercano. Ese final, es un silencio de ceniza que se acumula en el suelo.

Sin embargo, de vez en cuando ocurre, que debajo de esa montaña gris, existen todavía restos de aquel tronco todavía encendidos que pueden quemar al incauto que lo haya dado por muerto.