Caracoles y corazoncitos
Hay cosas que uno tiene la impresión de que siempre las supo o las conoció, a pesar de que pareciera que las descubre por primera vez.
El mar, sin ir más lejos, ha acariciado nuestros pies desde que éramos chicos, con él hemos jugado, nos tropezamos y levantamos para volver a enfrentarlo y más adelante en el tiempo ha acunado amaneceres (o atardeceres, según la posición del mundo que ocupes), se ha hecho cómplice para seducir a una mujer, ha acompañado un amor, o potenciado una tristeza en alguna visita solitaria con la cara mojada de otras aguas saladas.
Y sin embargo, porque de “sin embargos” se trata, cuando tomamos un caracol y apoyamos la oreja en él, escuchamos el sonido de siempre y la vieja música compañera que hasta aquí había pasado desapercibida nos encanta como si fuéramos serpientes bajo el influjo de una flauta oriental.
Con algunas personas me pasa lo mismo, semioculto en mi silencio, las he percibido agradables, las he observado una innumerable cantidad de veces sin compartir más que un espacio físico (o virtual) y he estado con ellas aunque no estuviéramos juntos.
Cuando ese silencio se rompe como algo natural, a veces más temprano, a veces más tarde, uno tiene la oportunidad de ver si aquellas percepciones tan generosas estaban cercanas a la realidad o no.
A medida que uno las va redescubriendo, el viejo sonido de mar, dice lo mismo de siempre, pero se escucha diferente, como si fuera la primera vez.
Algo así me ha pasado con Carito, la señora de los corazoncitos, la dueña de un decir dulce que se siente nuevo, aunque siempre lo había sospechado.
Por cierto, desearle un Feliz Cumpleaños, resulta una agradable obviedad.
El mar, sin ir más lejos, ha acariciado nuestros pies desde que éramos chicos, con él hemos jugado, nos tropezamos y levantamos para volver a enfrentarlo y más adelante en el tiempo ha acunado amaneceres (o atardeceres, según la posición del mundo que ocupes), se ha hecho cómplice para seducir a una mujer, ha acompañado un amor, o potenciado una tristeza en alguna visita solitaria con la cara mojada de otras aguas saladas.
Y sin embargo, porque de “sin embargos” se trata, cuando tomamos un caracol y apoyamos la oreja en él, escuchamos el sonido de siempre y la vieja música compañera que hasta aquí había pasado desapercibida nos encanta como si fuéramos serpientes bajo el influjo de una flauta oriental.
Con algunas personas me pasa lo mismo, semioculto en mi silencio, las he percibido agradables, las he observado una innumerable cantidad de veces sin compartir más que un espacio físico (o virtual) y he estado con ellas aunque no estuviéramos juntos.
Cuando ese silencio se rompe como algo natural, a veces más temprano, a veces más tarde, uno tiene la oportunidad de ver si aquellas percepciones tan generosas estaban cercanas a la realidad o no.
A medida que uno las va redescubriendo, el viejo sonido de mar, dice lo mismo de siempre, pero se escucha diferente, como si fuera la primera vez.
Algo así me ha pasado con Carito, la señora de los corazoncitos, la dueña de un decir dulce que se siente nuevo, aunque siempre lo había sospechado.
Por cierto, desearle un Feliz Cumpleaños, resulta una agradable obviedad.
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