miércoles, junio 15, 2005

Sueños

Cuando yo tenía 12 años, y arrancaba el colegio secundario, mi vieja, sabiendo que iba a ser un hueso duro de roer, ofreció como premio a no llevarme materias un par de pasajes para ver el mundial de fútbol que se llevaría a cabo en España al año siguiente.

No hubo caso, Biología, Formación Cívica e Historia se empeñaron en hacerme ir al colegio en el mes de diciembre para encabezar una lista (en la que Historia sería figurita repetida) que a la postre de mi secundario alcanzaría la bonita suma de 21 asignaturas rendidas fuera del calendario escolar normal.

El año siguiente no me perdí ningún partido del mundial, claro que, mirado por televisión. Yo no sé si aquel premio se iba a poder cumplir porque la tablita de Martinez de Hoz se había partido en mil pedazos, pero eso sería una evaluación de años posteriores ya que, en ese momento era lo suficientemente ignorante a todo lo que se relacionara con tipo de cambio. Nunca lo viví como un fracaso, sencillamente porque jamás tomé esa promesa como desafío.

No es que no hubiera podido hacerlo, de hecho, a pesar de ir a un colegio con una exigencia relativamente elevada y con la cantidad de materias que me he "llevado" no necesité demasiado esfuerzo para rendirlas sin que ninguna de ellas quedara previa. El asunto es que rara vez me he movido por la zanahoria que otros me mostraban, fui desarrollando mis propios desafíos y, en general, cumpliéndolos.

Claro que tener ilusiones o proyectos da lugar a que el fracaso, enrollado como una serpiente en algún rincón oscuro, pueda aparecer...

Cuando descubrí los pedazos de un sueño en el piso, destrozados de forma tal que sería imposible recomponerlos, no lamenté tanto el hecho de que estuvieran definitivamente rotos ni el esfuerzo que había puesto para que ellos se cumplan (y tan cerca estuvieron...) como el tiempo que perdí desde que se esfumaron hasta que yo me di cuenta. Durante ese lapso me balanceaba entre esperar que los vientos cambien (cuando adentro de una botella era imposible esperarlos) y azuzar a los ratones para que sigan tirando de una calabaza que cargaba con mi sobrepeso (como decía en otro post).

Hoy sé que la campanada número doce dejó un vacío de silencio en que la ilusión se perdió y también sé que por mas que de vez en cuando un efecto óptico me diga lo contrario la calabaza no dejará de ser jamás lo que ahora es.

Tendré que bajarme, como decía, y seguir el camino a pie; porque yo vivo de ilusiones o, mejor, me nutro del camino para llegar a la realización de ellas y solo buscando se encuentra una nueva.


Update:

Un sueño roto es un dolor inexplicable, como esas muertes que llegan de golpe y nos dejan con la mueca del pibe ciego que lo sacan al patio a mirar las estrellas. Un sueño roto es andar por la vida con una ausencia más, haber perdido el brillo en la mirada, saber que perdimos el lugar sagrado donde podíamos refugiarnos. Un sueño roto es mirar a los gorriones y ver sólo pájaros. Pero sigamos soñando... (DudaDesnuda)