viernes, noviembre 18, 2005

Veinte años... no es nada

Las panzas habrán ido adquiriendo una trabajosa forma redondeada que mucho tiene que ver con la felicidad y, recorriendo el camino inverso, los pelos se habrán tomado vacaciones o, por la imposibilidad de su regreso, seguramente estarán ya jubilados. Pero las miradas serán las mismas, el tiempo no ha pasado para nosotros porque nosotros no lo dejamos pasar, porque nos ocupamos de seguir riéndonos de las mismas cosas como si hubiesen pasado ayer, un ayer tan cercano que se acaricia con la misma ingenuidad con que se hacía veinte años atrás.

El escenario será diferente, las montañas nevadas se vestirán de playa y el aire con vapor de aliento habrá tomado la frescura del olor a sal. El hotel, ya no será el que te toque, sino que lo hemos elegido nosotros y ese nosotros será un número más pequeño que aquella vez.

Pero, como en los cuentos de hadas, habrá magia y encantos varios que nos retrotraerán en el tiempo y nos harán sentir, como experiencia única e irrepetible, que, durante dos maravillosos e incomparables días, recuperamos nuestros diecisiete años. Las bromas, las carcajadas, la sensación de omnipotencia inconsciente y, por sobre todas las cosas, la fraternidad transparente estarán presentes, como siempre lo estuvieron, para celebrar y celebrarnos.

Hay ocasiones en que uno sabe que está ante un momento soñado, uno de esos acontecimientos que nos llenarán de recuerdos y anécdotas y siente ansiedad por que ocurra y deseo de que sea eterno (de algún modo, lo será). Cuando la tarde del viernes empiece a oscurecerse será la campana de largada para mi segundo viaje de egresados, veinte años después que el primero, en el que durante un par de días, honraremos a la Ciudad Feliz, siendo tan felices como ella.