viernes, noviembre 11, 2005

Suspiros

Cuando la noche termina de ponerse su maquillaje de silencio, en mi casa (como en todas, no solemos buscar originalidad alguna en esto) ya todos están arropados de sueño. De vez en cuando el televisor sigue hablándole a mi espalda y yo tecleo, como en este momento, o leo o juego frente a la computadora.

Poco a poco el cansancio comienza a atraparme a mí también y en el tercer cabezazo decido que es hora de dejarlo cantar su victoria. Allí empiezan mis últimos cinco minutos del día, apago las luces que quedaron encendidas, dejo entrar al perro (me ha tocado un perro amanerado que, si no duerme adentro, llora) y paso por el dormitorio de las nenas para acomodarles las mantas o enderezarlas si es que están cruzadas en la cama con medio cuerpo afuera.

Ese día, mi nena mayor y yo, no habíamos terminado bien, sus caprichos se habían cruzado con mis intolerancias provocando una escalada de gritos, retos y llantos. Así, llorando, se durmió.

Cuando estaba haciendo esa última recorrida, me acerqué a ella, la miré descubriendo el rastro de su última lágrima y apoyé la palma de mi mano sobre la frente con una caricia tan suave como para que no se despierte, pero tan cierta como para poder percibir el calor de su piel.

En el momento en que la toqué, ella dejó escapar un prolongado suspiro que me estremeció como si al oírlo me hubiese atravesado el cuerpo y el alma. Tuve la sensación de que en ese suspiro ella me decía que me estaba esperando, que necesitaba de esa caricia para poder dormir tranquila. Probablemente haya sido una coincidencia, uno de esos momentos en que dos tiempos distintos se juntan azarosamente en un momento cualquiera creando una figura nueva e incierta, pero ya ha pasado más de un año desde aquella noche y todavía recuerdo ese suspiro como si hubiera dejado un rastro dentro mío.


Dedicado a Artemisa, porque su post me provocó este recuerdo.