martes, noviembre 08, 2005

Historias de Jack y Flor

Era el atardecer de un día que todavía no había tenido agitación alguna cuando Jack empezó a desperezarse en la reposera del club; entre el pesado sol de diciembre y la mala posición de horas, el despertar de nuestro protagonista era acompañado con dolores y molestias varias en la cabeza y el cuello, aunque seguramente, la botella de champagne que giraba vacía en el suelo al ritmo que le imponía la suave brisa vespertina habría influido en los malestares del momento. Como un acto de irresponsabilidad y osadía, Jack, comenzó a pensar...

Es la última vez que cedo a la tentación de dormirme si estoy en público, no me importa cuántos sean, ni sexo, ni edad, no puedo hacerlo. Mis amaneceres, especialmente los que se abrigan en el calorcito de la siesta, tienen tres características ineludibles: La primera es ese asqueroso hilo de baba que si no encuentra una sábana o una almohada en donde secarse me deja media cara brillante y resbalosa, la segunda hace que me dé cuenta muy tarde de la primera, porque mis despertares son tan largos que un ojo le avisa al otro para abrirse juntos y ni en eso he podido ser demasiado coordinado y la tercera, ¡ay la tercera!, el don perignon (si vamos a ser finos pa nombrar al quetejedi, lo hacemos bien) está duro como si adelante mío estuvieran Pampita y la Jelinek en pelotas haciéndose mimitos, no cede ni con lastre de globo aerostático y cualquier cosa amplia que tenga puesta de la cintura para abajo se ve como la carpa del Tihany (ok, exagero un poquito... me creerían si les digo la lona del patio de casa... bueno, no importa... no tengo que hacerme cargo de vuestra ignorancia).

Hoy fue peor, porque me dormí en una sombrita al costado de la pileta pública cuando todos se habían ido a almorzar escapándole a la hora en que el sol juega balero con el agujero de ozono y se me fue el tiempo porque cuando me levanté había más gente que en un banco el día de cobro de jubilados. Yo estaba seguro que si alguien no había visto lo lamentable del espectáculo era porque le habían hecho piquete de ojos y para colmo de males Florencia se había echado a tomar sol al lado mío...

Yo no sé por qué ésta guacha cuando va a la oficina se viste con ropa ancha y aburrida como si quisiera ocultar una identidad secreta, ¡y qué identidad!, esas curvas tendrían que estar señalizadas porque en cualquier momento me rompo la trompa contra el vidrio de sus anteojos...

Flor - ¿Estuvo calentita la siesta no?dijo apenas se dio cuenta de que estaba despierto, no se le pierde un detalle a la turra y encima me gasta... a veces quisiera que no fuera tan eficiente y “obviara” ciertos detalles...

Jack - Son cosas normales naba, pasale contesté, mientras me la morfaba con los ojos desde los pies hasta las torres gemelas deseando ser un avión para atentar contra ellas...

Flor - Sí, seguro, seguro se dio vuelta con una de esas risitas calladas que me revientan, pero cuando giró y puso al descubierto el final de su columna vertebral ya me había olvidado de su respuestaojalá que “esas cosas normales” se te mantengan por mucho tiempo, después se extrañan.

Yo quería que la sangre abandonara los cuerpos cavernosos y volviera a su cauce normal, pero con las fantasías que este pedazo de póster de gomería viviente me estaba generando se hacía imposible y no podía moverme de donde estaba sin pasar vergüenza así que saqué una revista y me puse a leer sin ganas.

La tarde empezaba a hacerse noche cuando se lo vio a Jack caminando rumbo al vestuario, con una extraña renguera y un sigilo más raro aún.


Nota: Éste relato fue escrito en base a los personajes creados por el verdadero Jack, con algunas licencias que me he tomado para desarrollarlo. Más y mejores cosas pueden encontrar en su página, una verdadera joyita (nunca taxi) de la blogósfera.