martes, noviembre 15, 2005

El Ingeniero, una historia bien argentina I

Llegó hasta las puertas de la facultad con una ansiedad tal que sus rodillas se chocaban en el intento por caminar más rápido de lo posible, cruzó la puerta de madera gastada, que apenas tenía resistencia para abrirse y cerrarse una vez al día sin desmoronarse por completo, y se dirigió hacia la rectoría.

Cuando oyó los pasos que se acercaban, Beatriz levantó su mirada desde detrás de los anteojos gruesos sin mover la cabeza y al ver a Lisandro, se inclinó hacia el archivo que tenía a su lado para buscar el expediente.

- Buenos días - dijo Lisandro a las apuradas y al mismo ritmo agregó - venía a...

Beatriz no lo dejó terminar, sin devolverle el saludo dijo - sí, sí, ya sé - y volvió a sumergirse en el archivo en busca los papeles del chico. Era natural que la mujer supiese a qué venía el alumno, era la cuarta vez en quince días que se presentaba preguntando por lo mismo.

El tiempo que tardó la mujer en encontrar el expediente a Lisandro le parecíó eterno, movía los piés como si estuviera caminando hacia algún lugar, se restregaba las manos e hizo sonar cada una de las articulaciones de sus dedos.

- Acá está - dijo por fin la mujer, mientras sacaba una vieja carpeta que había sido iniciada seis años antes tan sólo con un formulario de inscripción y una foto y que ahora se la veía tan rellena como ajada - éste es el resultado de tu tesis - añadió.

La cara de Lisandro se iluminó como si hubiera salido el sol dentro de esa habitación gris apenas iluminada por una polvorienta lamparita que colgaba del techo, cuya débil luz se ahogaba entre tantos papeles con olor a viejo, y un velador, recompuesto por varios metros de cinta aisladora, que apuntaba al escritorio de la secretaria. Sin vacilar, estiró la mano para tomar el documento que se ofrecía delante suyo.

- Primero tenés que firmar acá - le dijo Beatriz quitando el papel justo una fracción de segundo antes de que Lisandro lo llegara a tomar y ofreciéndole otro a cambio.

La firma del muchacho pudo haber sido cualquiera, le importaba bastante poco cumplir con esa formalidad, de manera que garabateó lo primero que se le vino en mente y le devolvió ese segundo papel a la secretaria.

Ella lo recibió y lo guardó sin prisa alguna y recién cuando hubo archivado el expediente en su cajón, volvió a ofrecerle el primero - tomá, te felicito –

Qué le importaba a Lisandro que esas felicitaciones hubieran sido expresadas sin ganas, lo único relevante para él, era que se había transformado en Ingeniero, que un montón de años, sinsabores y soledades habían valido la pena. Tomó el resultado con una sonrisa que era más grande que su cara y comenzó a leerlo mientras corría por el pasillo hasta un teléfono público para llamar a sus viejos, rogando que ésta vez, tuviera tono.